El discurso que pronunció el Papa Benedicto XVI al recibir las cartas credenciales del Embajador de Guatemala, Alfonso Matta, demuestra que el Nuncio Apostólico de Su Santidad en nuestro país está haciendo su trabajo porque es obvio que el Pontífice pudo plasmar en su alocución una muy completa y profunda visión de lo que está ocurriendo entre nosotros. Su preocupación por los problemas de pobreza, magnificados por la crisis alimentaria en el llamado Corredor Seco, se ha convertido así en un tema de preocupación para el Vaticano, junto a los que tienen que ver con la persistente impunidad y la crisis de las instituciones públicas.
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Adelantando la importancia que tendrá la celebración del 75 aniversario de la creación de la Nunciatura Apostólica en Guatemala, bajo el gobierno de Jorge Ubico, el Papa comentó la particular diversidad étnica y cultural de Guatemala y la relación que con ello tuvo la evangelización iniciada con la presencia de los españoles en nuestra tierra. Claro está que se trata de uno de los temas más polémicos de nuestra historia, pero es indudable que en los últimos años ha habido un notable esfuerzo en la Iglesia por abordarlo con seriedad y profundidad, tarea en la que destacan los trabajos teológicos de monseñor Cabrera. Pero es importante señalar que el Papa reitera el compromiso de la Iglesia Católica con la justicia social y la dignidad de los más pobres, lo que se evidencia con el interés particular del Pontífice por los problemas alimentarios que se traducen en hambre para aquellos guatemaltecos de menores recursos económicos que soportan situaciones en verdad terribles y desesperanzadoras. Y nos ofrece Benedicto XVI la receta de recurrir a los ancestrales valores de la sociedad, entre ellos el amor a la familia, respeto a los mayores, sentido de responsabilidad y confianza en Dios, para enfrentar a los nuevos jinetes del Apocalipsis que amenazan nuestro futuro. El Papa identifica bien al narcotráfico, la violencia, la emigración, la inseguridad, el analfabetismo y la pérdida de referencias morales para las nuevas generaciones como grandes amenazas para el país y sus habitantes. Creo que se puede resumir en buena medida lo dicho por el Papa en los conceptos de corrupción e impunidad como el caldo de cultivo para la paulatina pero muy consistente destrucción de los valores de la sociedad y el mayor riesgo de un colapso que cada día se ve como más probable. El Papa expresa su reconocimiento a las acciones «que se están llevando a cabo en Guatemala para consolidar las garantías de un verdadero estado de derecho», en lo cual hay que matizar alguna discrepancia porque hasta ahora esas acciones no son aún un esfuerzo del país, sino que dependemos del aporte de la comunidad internacional y no hemos logrado plenamente involucrar a todos los sectores en el empeño. Si el Nuncio le hubiera comentado al Papa cuánta resistencia muestran nuestras autoridades a la aprobación de las acciones que demanda la CICIG, posiblemente el tono del reconocimiento hubiera sido distinto y mayor el énfasis en la necesidad de combatir la corrupción y la impunidad. Alegra ver que el Papa se congratule de la forma en que nuestra Constitución garantiza la defensa y protección de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, pero preocupa que nuestras autoridades no se enteren siquiera de esa norma constitucional porque aquí cada vez más la muerte natural es la que provoca la violencia.