Juan B. Juárez
La obra de Mario García es la transparente portadora de un misterio profundo y elemental; un misterio que, en cuanto tal, no puede ser nombrado ni mostrado abiertamente, sino únicamente aludido mediante imágenes sutiles y poderosas. Este enraizamiento en el misterio explica el carácter rigurosamente poético de su lenguaje y la función metafórica de sus elementos pictóricos.
Aplicado a su pintura, el término «poético», sin embargo, no alude a una difusa forma de expresar vagas ensoñaciones y confusos sentimientos sino a una estricta forma de aprehender (y, consecuentemente, comunicar) la esencia de los objetos con todos los recursos que tiene el ser humano para conocer el mundo: los sentidos, la imaginación, la memoria, la inteligencia, la intuición y hasta el mismo hacer práctico. Se trata, en su caso, de una poética que se podría llamar clásica: de equilibrios y plenitudes, de libre acatamiento de lo objetivo, de suaves ritmos sensuales y de espacios casi corpóreos, de contenciones emocionales y contemplaciones ideales. De allí que su obra, laboriosamente construida, no eluda la sensualidad y la voluptuosidad que se desprende de las formas plenas y casi escultóricas que habitan sus cuadros, y que sea esa misma voluptuosidad la que nos traslade, mas allá de la mera complacencia de los sentidos, al campo de otras presencias más puras y elevadas.
Poseedor de un dominio natural y excepcional del dibujo, Mario García ya no malgasta su talento en recrear las escabrosidades o espectacularidades de la realidad inmediata, ni en idealizar deseos nobles y contradictorios, ni en seguirle el juego a la fácil imaginación desmandada sino que, con sabia y nostálgica serenidad (el color lo delata), se empeña ahora en evocar lo ausente, en hacer visible lo invisible y en lograr que, de alguna manera, lo ausente y lo invisible restituyan a la existencia su plenitud y significado. En ese afán, o mejor dicho, ante la necesidad de compensar la carencia de plenitud y sentido, y por medio de claras y diáfanas alusiones y de logradas evocaciones plásticas y poéticas, en su obra lo cotidiano y familiar (las mujeres, la ciudad de Antigua, el paisaje, el cielo, la luz, el mismo aire transparente, los útiles domésticos y las actividades) deviene en símbolo que, por encima de las limitaciones circunstanciales, muestra nuestra inclusión y pertenencia a ese misterio que, a pesar de la ceguera de nuestra época, atraviesa, iluminándola, la existencia.