Contra los «bisneros», holgazanes y burócratas


Un trabajador cubano toma un descanso en horas laborales. El presidente Raúl Castro ha iniciado una campaña en contra de la haraganerí­a y que viven al especular productos en el mercado negro. FOTO LA HORA: AFP

La conducta de cubanos como Rita, que se tiñe el pelo en su jornada laboral, de Abel que no quiere oí­r hablar de sembrar la tierra, o de Pedro que prefiere vivir del mercado negro, está en la mira de Raúl Castro, que cuenta con cambiarla para sacar al paí­s de la crisis.


De acuerdo con el plan, se espera reinstalar trabajadores en la agricultura y la construcción. FOTO LA HORA: AFP

Como parte de una polí­tica contra el paternalismo estatal que ha primado en Cuba en medio siglo de revolución, Raúl Castro planea eliminar el subsidio creado en la crisis de los años 90 para quienes quedaban sin empleo, y reubicar a miles en agricultura, construcción y otras áreas urgentes, a fin de aumentar la producción.

El gobierno promete que «nadie va a quedar desamparado». Y aunque la medida pueda ser impopular, «el Estado no puede continuar subsidiando a trabajadores que queden disponibles», dijo Salvador Valdés, máximo dirigente de la única central sindical.

«Â¡Olví­date de eso chica! Yo no estoy pa» eso. De construcción no quiero oí­r hablar y del campo menos. Si me mandan a la casa, ojalá me reubiquen en una tienda», dice Abel, empleado de una de las gasolineras donde están instalando dispensadores de autoservicio.

Tras un crecimiento económico de 1,4% en 2009 en vez de 6% esperado y una modesta meta de 1,9% en 2010, Raúl Castro ordenó recorte de gastos -incluso en educación y salud-, ahorro de energí­a, control de recursos, impuestos y eliminación de subsidios (la canasta básica mermó y cerraron comedores obreros a cambio de una compensación).

Con su salario de ingeniera, Marina, de 36 años, lleva tres meses en labores de limpieza, digitalizando inventarios o vigilando que los obreros que restauran el edificio donde trabajaba no se roben la pintura o el cemento.

«Cerraron el proyecto en que trabajaba y todaví­a no me reubican. A algunos compañeros los mandaron a la casa a esperar con 60% del salario», comentó. Pero no figuran en la tasa oficial de desempleo de 1,7% de una fuerza laboral de 4,9 millones, en 11,2 millones de habitantes.

De las ocho horas muchos trabajan cinco. En las otras resuelven algún asunto personal. «Hay que hacer cola para todo, así­ que uno agarra su ratito», dice Rita, quien compraba en un mercado del barrio Vedado, tras ir a la peluquera cerca de donde trabaja de administradora.

Para elevar eficiencia y producción, Raúl Castro eliminó el «igualitarismo» salarial, pero el nuevo sistema de pago por rendimiento choca con el aparato burocrático.

También declaró la guerra a los holgazanes. Aunque muchos como Iván, de 26 años, se las arreglan para no trabajar. «No hago nada con 20 dólares al mes que paga el Estado», dice jugando dominó en una acera de La Habana Vieja.

El gobierno se queja de que en Cuba hasta los vagos gozan de subsidios, salud y educación gratis, mientras faltan brazos para cultivar.

«Yo era marinero pero pedí­ la baja (renuncié) para irme a México. Como no me salió, vivo del bussiness, vendiendo por «la izquierda» -ilegal-. Raúl quiere poner a todo el mundo a trabajar, pero el desorden lleva muchos años», dice Pedro, un cincuentón.

Según la Iglesia Católica, la economí­a corre riesgo del «colapso». «Las condiciones socioeconómicas de un paí­s no cambian» por «discursos», «decretos» o «llamados a trabajar duro», opinó, sugiriendo reformas de apertura.

Raúl Castro, quien relevó en 2006 a su hermano Fidel, dice que su misión no es restaurar el capitalismo, sino perfeccionar el socialismo. En eso, añade, no puede haber «improvisación».

El paí­s encara una falta de liquidez, afectado por la crisis internacional, los huracanes y el embargo estadounidense. Pero también, admite el gobierno, a errores e incongruencias internas.

Se ven casos de más custodios que albañiles en una construcción; alimentos que se pierden porque no son distribuidos o funcionarios que en invierno echan a andar los aires acondicionados para no sobrecumplir la meta de ahorro exigida.

Un cartel en un centro laboral, fotografiado por un diario local, ilustra jocosamente el desorden: «Horario: abrimos cuando venimos, cerramos cuando nos vamos. Y… si viene y no estamos es que no coincidimos».