Durante los años del conflicto armado que sufrió Guatemala, hubo personas que salían de su casa con el temor de ser asesinados impunemente; los profesores universitarios, los profesionales del Derecho y de la medicina, los maestros o sindicalistas, así como los periodistas y estudiantes, corrían riesgo permanente y era raro el día en que no mataban a alguien de esos y otros gremios que eran considerados como «sospechosos» por los grupos de poder.
La angustia que se vivía era terrible y no quedaba más que encomendarse a Dios porque no había otra esperanza. Pues bien, ahora mismo pensamos que los trabajadores del transporte público están viviendo una situación similar, sea porque son víctimas de extorsiones o porque grupos clandestinos están asesinando a pilotos y ayudantes para crear zozobra. El caso es que la han creado y que para las familias de esos trabajadores tiene que ser un temor cotidiano el verlos salir del hogar sin la certeza de que puedan volver porque aquí, evidentemente, nadie mueve un dedo para ponerle freno a la matanza.
Da grima la ineficiencia del Estado para cumplir con su deber de garantizar la seguridad y la vida a los habitantes de la República y ver cómo quieren escudarse en el manejo torpe de estadísticas para dar apariencias de que vamos mejor. ¿Revive eso a los pilotos muertos o mitiga el dolor de las familias de las víctimas de esta violencia? Peor aún, ¿se sienten por eso los trabajadores del transporte y sus parientes más tranquilos cada mañana cuando parten del hogar para ir al bus que puede convertirse en su sepultura?
Por eso es que no pueden sonar más vacías las palabras de las autoridades cuando nos tratan de convencer de que la estadística nos muestra mejorías. Si apenas ayer fue un día trágico para el transporte de pasajeros y se siguen sumando las familias que lloran en los funerales el desconsuelo de haber perdido al jefe del hogar y fuente de sus ingresos esenciales.
En la gestión pública hay muchas prioridades y se entiende que los gobernantes viven bajo el agobio de la acumulación de problemas que generalmente son de enorme importancia. Pero el mayor de todos tiene que ser la garantía de la seguridad de las personas, en atención al más claro y prioritario mandato constitucional. Por ello la indiferencia que muestran las autoridades, su falta de sensibilidad ante el dolor ajeno, su incapacidad para siquiera mostrar sus condolencias ante el baño de sangre que vivimos por culpa de su ineptitud, se convierten en factores de indignación que deben generar repudio. ¡Por su inutilidad están matando a tanta gente!