Constituye un ingrediente de calidad contaminante en alto grado por su permanencia invariable. En contra definitiva de la calidad de vida, más y más complicada de los propios residentes, sin duda alguna. No se diga de la destrucción material del entorno, que clama por su conservación natural, cada vez en deterioro ostensible día a día.
Pero durante el mes de diciembre alcanza intensidad digna de mejor suerte, desde el alba hasta el anochecer, sin falta, por diversos eventos. Si con ello hay busca de algarabía propicia, bienvenida sea. Aunque hay que destacar el hecho de existir diversas alternativas, en una línea directa de satisfactores del orden civilizado y respetuoso.
Reconozcamos bien como la expansión enorme que tiene la ciudad capital cuyo alero nos brinda cobijo y restantes bondades. Resulta menester retribuirle nuestro óbolo, no importando su pequeñez. De grano en grano el ambiente puede muy bien recibir ayuda urgente y necesaria, en aras de su desarrollo sostenible, antes que sea tardío.
Cuando está vigente el equilibrio personal y el verdadero espíritu de una conmemoración, sea cual sea, desborda energía, adrenalina suficiente; además de salir a luz deslumbrante la química al homenajeado, no hace falta poner en práctica tal costumbre rayana en el absurdo. Es un materialismo intrascendente, merecedor del despojo y olvido.
Atruenan el espacio debido a su potencial que los fabricantes suelen colocar. Da la impresión también absurda de sobresalir, a medida que las detonaciones sobrepasan decibeles autorizados, es de suponer. El peligro mayor radica en el manejo que a la postre queda en manos de los niños. Crueles accidentes son el resultante por descuidos mayúsculos.
Que representa una tradición acendrada de los connacionales tampoco viene a ser su justificación; mucho menos su apología. Nos estamos quedando a la zaga, lo mismo en ese sentido, por cuanto incita en forma disimulada a la violencia que atemoriza tanto al colectivo, y es un saldo de atraso esta cultura boyante del ruido y la consiguiente contaminación.
Vemos indicios claros, ojalá disten de significar claroscuros, ante nuevas modas y usos diversos, que ya acaparan múltiples preferencias o apetencias. Con el poderoso auxilio de la modernidad, gana ya su lugar correcto la quema de bengalas y demás artefactos luminosos. Sin embargo, la gente menuda muestra tendencia a persistir con los cohetillos.
La animación característica de Navidad y Año Nuevo se pierde a causa de tantos casos de niños sin el cuidado de los mayores, víctimas de aquella absurda quema de cohetes, petardos o como se les denomine. Inclusive, según los cuadros clínicos en las emergencias de nosocomios, sufren la amputación de los dedos de la mano, ¡qué calamidad!
La lista kilométrica incluye, aparte de los cohetes aludidos, bombas, silbadores, volcancitos y restante oferta de petardos que originan sordera sorpresiva. Los mismos representan el imán gigantesco para la infancia despabilada, inclinados de cierto modo, no lo negado, a la aventura y su tendencia ostensible de accionar, ellas y ellos.
En países vecinos van por caminos, tampoco digamos del asombro en este caso candente. Sin embargo, exhiben los mejores esfuerzos y voluntad con firmeza de un rotundo no a la mencionada quema absurda de cohetes. Tienen terminante prohibido ejecutar la tantas veces indicada actividad que alcanza el clímax en los festejos de fin de año y el entrante.
El trascendental acontecimiento a nivel universal del Nacimiento del Niño Dios, merece celebrarlo con espiritualidad, en medio de la confraternidad, jamás darle un giro tan dañino y peligroso, generador de contaminación ambiental. No menos cierto es la ocasión de suyo fácil de convertirla en accidentes y muertes.