La estabilización de Haití, que ya parecía una tarea titánica, se tornó aún más difícil con la catástrofe humanitaria del terremoto, pero los brasileños, que ejercen el comando militar de la misión de la ONU, no parecen dispuestos a ceder.
«Vamos a estar aquí el tiempo que sea necesario, porque ahora tenemos aún más motivos para estar en este lugar», dijo el responsable del batallón brasileño de la Misión de la ONU para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), el coronel Joao Batista Bernardes, refiriéndose al terremoto de la pasada semana.
Brasil mantiene más de 1.200 hombres en armas para garantizar la seguridad en Haití, y un militar brasileño, el general Floriano Peixoto, es el máximo responsable castrense de toda la misión de la ONU.
La base General Bacellar, próxima al aeropuerto de Puerto Príncipe, es el centro neurálgico de las actividades de la tropa brasileña en Haití, diezmada por la muerte en el terremoto de 18 militares brasileños, el último confirmado este miércoles por el Ejército.
En esa base están también situadas las tropas de Nepal, Chile y Ecuador, y aunque todos conviven amigablemente, la superioridad numérica de los brasileños es evidente.
Es desde esta base que constantemente parten las patrullas brasileñas con cascos azules de la ONU y los grupos de Ingeniería del Ejército para limpiar calles de los escombros y ayudar a remover heridos o cuerpos.
En la última semana, una parte del complejo militar fue destinado a recibir y redistribuir los cargamentos de ayuda humanitaria, especialmente comida y agua.
«Nuestros soldados entran en contacto con líderes comunitarios de un barrio determinado, y de allí se seleccionan 60 u 80 mujeres que son quienes van a recibir la ayuda humanitaria. Las receptoras son siempre mujeres», dijo a la AFP un funcionario civil que actúa en la base.
Con la llegada de personal especializado en situaciones de emergencia (médicos, bomberos, enfermeros) la base alcanzó su límite, y una eventual ampliación de esfuerzos requerirá la utilización de otros lugares.
En medio del desespero de la ciudad, a las puertas de la base se forman largas filas de haitianos que buscan la oportunidad de un trabajo, aunque sea para un solo día. Muchos ya trabajaron en la base y ahora esperan poder limpiar los jardines o las barracas a cambio de una bolsa con agua y alimentos básicos.
Sobre las ruinas de la Casa Azul, la subunidad en la que diez militares brasileños murieron sepultados por los escombros, varios jóvenes tratan de retirar pedazos de metal para vender, pero al percibir la aproximación del convoy fuertemente armado se dispersan rápidamente.
Ante la desbandada, las patrullas mantienen la calma. «Los momentos más tensos son las patrullas nocturnas, porque toda la ciudad está a oscuras, y siempre hay riesgo que estallen desórdenes con la distribución de la ayuda humanitaria», dijo Bernardes.
En la miserable barriada de Cité Soleil, donde los brasileños mantienen una unidad, una enorme aglomeración bloquea la calle, ya que han roto una cañería para recoger agua que no es potable. Los brasileños organizan la fila y varias personas incluso responden en portugués.
«Â¡Nos falta comida y agua, y no tenemos remedios!», dice Fabio Júnior, un haitiano de 15 años que habla el portugués casi sin acento. Alrededor suyo, la gente se pregunta qué está diciendo, y cuando traduce su frase al francés es aplaudido.
De retorno a la base, la patrulla brasileña presente un informe sobre cualquier eventual incidente. Los soldados pueden ahora darse una ducha, tal vez mirar un poco de televisión brasileña y descansar, pero apenas por un par de horas, tal vez tres, ya que fuera de la base las necesidades apremian.