John Galliano transportó a su público a un deslumbrante sueño japonés, lleno de matices sutiles, delicados bordados y espectaculares plisados «origami», en el desfile que marcó ayer en París sus diez años de creación para Christian Dior.
En una carpa instalada en el parisino Bosque de Boulogne, unas 300 personas (en vez de las habituales 950) se agruparon en sillitas negras en medio de un decorado que reproducía los salones de la casa Christian Dior, que acaba de cumplir 60 años: paredes gris perla (color emblemático de la firma), con molduras y apliques blancos. Pero la decoración incluía también ramas de cerezo en flor, anunciadoras del viaje que empezaba.
Un espejo gigante se rompe para hacer aparecer una larga silueta con cutis color tiza, ataviada con un traje sastre de gasa de seda rosa bordada, cuyos cuellos y faldones maravillosamente plisados se inspiran directemante de las técnicas japonesas del «origami».
Lentamente, fueron apareciendo otros, cada uno más suntuoso que el precedente, lucidos por modelos de boquitas pintadas de rojo, cejas de trazo negro y oblicuo y agujas en el peinado.
Los plisados son omnipresentes en la colección Dior, formando juegos de cuadros que adornan dobladillos, puños y mangas, esculpiendo flores cuyas corolas se abren alrededor del cuello o en las caderas para transformar los volúmenes de los vestidos-tubo bordados, o componiendo una mariposa en un hombro.
La seda se hace cascada en faldas voluminosas, los colores se suavizan en matiz a matiz, las mangas se amplían como las de los kimonos.
Vestidos y abrigos de cuellos milhojas se engalan con mil bordados. Flores plateadas adornan un vestido lila. Espigas amarillas, hojas, libélulas, flores de loto o florecillas de nácar ponen un toque a la vez delicado y suntuoso en el vestuario, que se declina en colores rosa, celeste, coral, lila, amarillo, blanco, gris… Tonalidades apenas interrumpidas por el negro de un traje sastre de piel de cocodrilo o de seda, o de un largo vestido de noche de falla bordada.
John Galliano saludó al público sable al cinto y ataviado con un sombrero de dos picos con plumas y una chaqueta roja y azul.
Pero el esplendor de la semana parisina de la alta costura primavera-verano 2007 se dejó sentir ya desde el desfile inaugural, por cuenta de Elie Saab.
El diseñador libanés volvió a deslumbrar al nutrido público congregado en una de las salas del Museo del Hombre con sus vestidos de princesa, de ensueño, en esta ocasión inspirados en las diosas griegas.
Saab mostró una mujer de gala, mayoritariamente con vestidos largos en tonos pasteles –rosa pálido, verde agua, azul cielo, violeta claro– en gasas plisadas, sedas sutiles y tules vaporosos, de talles altos, espaldas al aire y escotes «Gilda».
Los bordados y la pedrería en plata dominaron en una colección con una mínima concesión al negro, y sólo en armados cuerpos acompañados por abombadas faldas, como tulipanes, en tonos pastel.
Como colofón, el libanés mostró una novia hiper-femenina, de blanco y plata y con un velo de varios metros empezado en capucha, a modo de una caperucita ante el altar.
Las capuchas dominaron también la sobria y geométrica colección del portugués Felipe Oliveira Baptista. Pero no con reminiscencias de fábula sino como prolongación de camisetas y pulóveres de hombros redondeados, construidos como esculturas.
El caballo fue el tema inspirador de la colección de Baptista, basada en pantalones de pitillo y levitas con dibujos geométricos. Todo ello en blanco y negro con unos pocos toques de gris.
Vestidos en blanco «sucio» rígidamente armados en piel de pelo corto, a imitación de la de los equinos, pretendieron convertir en «caballos» a modelos de largos cabellos a modo de crines, sombreros con forma de cabeza de equino de una sola oreja y sandalias de enormes plataformas y tacón de aguja.
La feminidad en estado puro llegó de la mano de Christophe Josse y una colección de líneas rectas y clásicas, con el vestido como rey y el color marrón como su príncipe. Música llena de ritmo, colores primaverales y un público entregado a su creador desde la aparición del primer modelo completaron un desfile del que las asistentes se fueron con ganas de ponerse todo, «absolutamente todo».