¡Atónito! ¡Asombrado! ¡Sorprendido! Así me encontraba la mañana del pasado martes sentado frente a la pantalla de mi equipo de cómputo, observando y escuchando atentamente las explicaciones que con voz pausada, segura, con pocos ademanes, pero con firmeza y coherencia, el doctor Carlos Castresana iba relatando los pormenores de la investigación que realiza la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala para esclarecer el asesinato de que fue víctima el abogado Rodrigo Rosenberg.
Como a otros columnistas, la CICIG me había invitado para asistir al hotel donde, más que conferencia a la prensa, fue una narración de detalles, etapas, averiguaciones, nombres de implicados y todo lo relacionado con el proceso del crimen y sus consecuencias; pero preferí quedarme en la casa que habito porque previamente se anunció que la comparecencia del comisionado Castresana se transmitiría en línea virtual.
No voy a decir algo nuevo respecto a la sorpresiva revelación de que el señor Rosenberg se autoinmoló, en vista de que los diarios impresos han abundado en informaciones al respecto, aunque también se ha desprendido una serie de especulaciones en torno a las causas que indujeron al asesinado a tomar una decisión tan determinante y compleja, a la vez.
Sólo un avezado escritor de novelas policíacas o de misterio, pudo haber imaginado una trama muy complicada con un desenlace sumamente inesperado; pero al escuchar la versión del comisionado de la ONU, sin aspavientos ni poses espectaculares, nuevamente arribo a la trillada frase sobre que la realidad muchas veces supera a la ficción.
Que yo recuerde, nunca en la historia reciente de Guatemala se había desarrollado una investigación de un suceso criminal con tanta profundidad y con el uso de alta tecnología, puesto que durante ocho meses, desde el domingo 10 de mayo del año anterior hasta el día martes 12 de enero, alrededor de 300 personas, entre expertos, detectives, fiscales y otros investigadores y profesionales de diversas nacionalidades, incluyendo guatemaltecos, por supuesto, lograron recabar evidencias sumamente difíciles de alcanzar en un país subdesarrollado, como el análisis de cien mil llamadas telefónicas y 9,508 documentos, 260 operativos realizados, 135 declaraciones de diferentes personas, 87 informes policíacos, 47 dictámenes periciales y 14 teléfonos interceptados, todo lo cual implicó, también, un extenso y profundo trabajo de campo, sin que hubiese habido fuga de información, como nos tienen acostumbrados los operativos policiales cuando van tras la capturas de sospechosos de determinados crímenes, especialmente en lo que respecta al narcotráfico.
Quizá una piedra en el zapato lo constituye la no aclarada muerte de un oficial del juzgado a cargo del expediente, pero si la CICIG ahonda en las pesquisas posiblemente logre dilucidarse, así como pueda establecer las causas, circunstancias y nombres de  quienes dieron muerte al empresario Khalil Musa y a su hija, suceso que está estrechamente vinculado con la autoinmolación de Rosenberg.
Las pruebas documentales y científicas que se lograron obtener, más los testimonios recabados dejan pocas dudas en torno a la forma como se planificó el crimen, los nombres de los individuos que ejecutaron materialmente el asesinato y de los sindicados de ser los autores intelectuales del hecho fatal. Si se observa lo más objetivamente posible el asunto, sin sesgo político o de otra naturaleza ni compromiso alguno, movería a aceptar como verídica la hipótesis del doctor Castresana y su equipo de la CICIG y del Ministerio Público, que deberá ser comprobada por el órgano jurisdiccional a cargo del caso…
(El reincidente Romualdo Tishudo, acusado de un delito menor, le dice al juez: -Aunque dos testigos dicen que yo estuve en la escena del crimen, puedo comprobar que miles de personas no me vieron allí).Â