CALLES AMARGAS. En tiempos no tan remotos (yo todavía me acuerdo) la calle de la amargura era más bien una callejuela estrecha, tortuosa y sombría, con filas de sitios baldíos, algunas casas abandonadas o en ruinas, cantinuchas y palomares de madera y cartón, sin aceras, con trechos de maleza o piedras erosionadas por pasos extraviados, transitada de mendigos, perros callejeros casi en los huesos y potenciales suicidas. Una calle muy humana, a la medida del hombre. (Era esa calle, silente y sin sol, que nos camina del nacer al morir en destellos de acerba reflexión).
Hoy en día, la calle de la amargura ha sido mediatizada y usurpada por la calle del odio, la calle de la venganza, la calle del despojo, la calle del desangramiento, la calle del ataque armado, la calle de las lágrimas, la calle de la impotencia, la calle del desamparo… Con sus muchas réplicas en zonas, colonias, barrios y vecindarios. ¿Se puede llegar a sentir una cierta nostalgia por la verdadera calle de la amargura? ¿De dónde rescatarla?
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COMPETENCIA DESLEAL. Así a la ligera, a vuelo de pájaro bobo, cabe considerar como burda competencia desleal al hecho de que algún autobusero desquiciado extorsione a pilotos o arroje artefactos explosivos contra camionetas de líneas interurbanas. Pero si se profundiza un poco, es obvio que esos malos empresarios nunca han recibido clases de economía neoliberal en la gloriosa Marro, ni han sido asesorados por el CEES, CIEN, ASIES o ASSO, no han leído a Ludwig von Mises ni a Milton Friedman, ni mucho menos consultado las obras completas de don Meme Ayau, pues sólo así se explica que carezcan de lo básico para ser emprendedores, competitivos y exitosos con todas las de ley, o sea conforme a las sacrosantas leyes del mercado. El mercado se siente ofendido y herido en su dignidad, con lo recto e íntegro que es él, cuando ruines empresarios emplean estrategias heterodoxas como competencia poco o nada leal y noble.
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SALIR EN CABALLO BLANCO. En declaraciones improvisadas, casi al galope, mi amigo el caballo blanco niega que alguna vez él se haya prestado o consentido para que algún largo, sinvergí¼enza o pícaro hubiera salido en su lomo, y que no se explica de dónde o por qué se ha esparcido tal rumor de que alguien, sea o no un bribón, siempre salga (montado, se supone) en un potro color de la nieve, de la leche, la cal o la cera procesada, aunque mi amigo el caballo blanco tampoco descarta la posibilidad excepcional, durante un peligro inminente, que determinado personaje haya salido en caballo, pero no necesariamente blanco, para salvar su vida. Pero sólo así, insiste.
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ALGO PARA LA IMAGINACIí“N. Si una cosa resiente la imaginación es cuando una mujer no le deja nada, ya que uno de sus más imaginativos ejercicios es precisamente el que una mujer, toda mujer, cualquier mujer, le deje un poco o un mucho para imaginar, para inventar o representar en la mente todo eso que una mujer, esa mujer, avara, no le deja. Pero a la imaginación tampoco le gusta que una mujer le deje todo el trabajo a ella, por aquello de las equivocaciones y exageraciones fantasiosas. La imaginación prefiere imaginar ni mucho ni poco. Término medio. Una imaginación creativa nunca desnuda del todo ni llega a la cópula con una mujer que le deja algo. La imaginación prefiere lo inconcluso, un ansiado margen de misterio en donde perderse.