Una de las cuñadas de mi hermano -joven como yo-, me pidió que la llevara al baile de despedida del año al Club, donde a la media noche se iba a presentar por primera vez, la estudiantina en la que yo tocaba la marimba.
Accedí. Y tal fue su entusiasmo, que invitó a seis amigas más. Mi mamá me puso bien catrín, con el traje oscuro -el veintiúnico que me gustaba-. Colocó un pañuelito rojo en la bolsa superior del saco y por aquello de que la chica se me acercara tanto al bailar, me puso también, unas gotas de loción que sólo se usaba en las grandes ocasiones y me dijo:
-Pórtese como un caballero.
Invítelas a cenar.
Iba yo por las calles de mi ciudad, como un joven sultán con siete patojas guapas que lucían sus encantos juveniles. Se contorneaban al caminar según su picardía o el desnivel de la acera y dejaban una estela de diversos aromas a cuales más fragantes.
Como mi madre me lo recomendó, así lo hice. Reservamos una mesa para siete gallinitas y un solo gallo, joven y vigoroso.
La alegría se opacó cuando el mozo pasó la «dolorosa». No alcanzaba el dinero y sólo porque tenía metidas las piernas debajo de la mesa, no se dieron cuenta del temblor que las sacudía.
Fingí ir al baño. Con sigilo me escabullí hasta llegar a la puerta y de inmediato, puse en acción mis recursos de buen corredor. La casa me quedaba a dos cuadras de distancia.
Al verme llegar asesando, mi madre se asustó y me dijo ¿Pasó algo?
No mamá, le respondí jadeando.
Mire -le dije- mostrándole la factura. Me falta dinero para cancelar la cuenta.
Completó la cantidad y de nuevo, como que si tuviera metido un tizón en el cereguete, iba como flecha y en pocos minutos volví al Club.
Hice lo mismo de la salida. En el baño me moje las manos y salí en compañía de un amigo simulando haber tenido larga conversación.
Al volver a la mesa, fue motivo de alivio para las invitadas, porque el mozo requería cancelar la cuenta. Uno que otro reclamo me hicieron y tuve que inventar una mentirita piadosa aceptable que mitigara el reclamo.
Pagué la cuenta y di con elegancia la propina para borrar cualquier mal entendido.
Cuando saqué a bailar a una de ellas, el tamal ya había hecho la digestión.
Al año siguiente, no dije ni pío…