Un proyecto de Nación


Casi todos los paí­ses que han logrado consolidar su modelo polí­tico e impulsar un desarrollo sostenido pasaron por el proceso de articular grandes consensos entre los distintos sectores de la sociedad, incluyendo a las fuerzas polí­ticas, para acordar el tipo de Nación que querí­an construir y los pasos necesarios para alcanzarlo. Abundan los ejemplos de pactos sociales logrados entre los pobladores y la mayorí­a de ellos son verdadero ejemplo de cómo, en medio de las discrepancias y diferencias de criterio, se puede tener un objetivo común y trabajar para alcanzarlo.


En Guatemala los Acuerdos de Paz tení­an que haber cumplido con esa función y convertirse en el gran eje de la articulación de los consensos nacionales para resolver ancestrales problemas. No vale la pena ponernos a criticar a los dos actores que se consideraron dueños del proceso e imposibilitaron que se socializara para que los guatemaltecos los conocieran y se comprometieran con su ejecución. Esa fue, sin duda alguna, la mejor oportunidad para que nos uniéramos en la definición del paí­s que queremos y en cómo lograrlo, pero obviamente ya se perdió el momento y ahora hará falta un gran esfuerzo para lograr otro punto de encuentro. Pero obviamente nos hace falta porque somos un paí­s altamente dividido en el que no existe un proyecto común que una a los distintos sectores. Nos contentamos con irla pasando, con dejar que transcurra el tiempo sin trabajar para iniciar la necesaria transformación que a partir del rescate de las instituciones nos permita ver el futuro con más optimismo y certeza. Este año ha sido una muestra clarí­sima de cuán divididos estamos y cuán frágil es nuestra institucionalidad democrática. La debilidad del Estado se nota en muchas cosas, pero en el tema de la seguridad y la justicia es en el que de forma más patética se muestra. La forma en que se propaga la tendencia a querer hacerse justicia por propia mano, acompañada de la incapacidad del Estado para proveer seguridad y prevenir la delincuencia, es una muestra de que estamos al borde de la ingobernabilidad que se agrava porque estamos totalmente desunidos y carentes de un proyecto común de paí­s. El problema, sin embargo, está en que no es fácil convocar con autoridad a todos los sectores porque a estas alturas la polarización ya le restó al gobierno la capacidad de hacerlo y no existen otras instituciones polí­ticas con credibilidad para articular ese gran diálogo. Y entre la sociedad los grupos organizados tienen sus agendas muy particulares y tratan de llevar agua a sus molinos, pero indudablemente nos urge encontrar el espacio para definir qué paí­s ansiamos y cómo lo construimos.