Para iniciar con toda circunspección estos frívolos apuntes, me veo en la imperiosa necesidad de aclarar a todos mis amigos, familiares, conocidos, simpatizantes y hasta admiradores como el mentado Renhé Leyba, el ilustre Saltador de Caracoles, que yo no trabajo en la Empresa Portuaria Quetzal, ni siquiera de celador, menos de subinterventor.
Escribo la anterior advertencia en vista de que he recibido correos electrónicos, llamadas telefónicas por cobrar, mensajes postales y hasta inopinadas visitas a la casa donde vivo y en horas inoportunas, de personas que dicen conocerme, pero, por lo visto, no es así porque me están confundiendo con el erudito, tecnócrata, científico y burócrata Estuardo Villatoro, quien presta sus valiosos e insospechados servicios en aquella institución, antes de ser viceministro de economía o algo por el estilo.
Además de que yo no soy don Estuardo, tampoco me une con él ningún lazo de consaguinidad ni afinidad de primer, segundo o vigésimo grado, y ni siquiera tengo el honor y el hondo placer de conocerlo personalmente, y de ahí que les pido, suplico, ruego, exijo a todos aquellos que se encuentren formando parte de la hermosa Población Económicamente Activa, pero que infelizmente se encuentran desempleados –o a punto de estarlo– y que sospechan que yo soy uno de los funcionarios de la susodicha Portuaria Quetzal, que ni siquiera piensen en mi esbelta figura tipo lánguido, porque no trabajo allí.
En tal sentido, por favor, ni siquiera me busquen para entregarme sus hojas de vida, recomendaciones, solvencia de multas de tránsito, carencia de antecedentes penales, civiles, mercantiles, aduanales y políticos. Utilizo este espacio para tales fines porque de otra manera no lograría que mi mensaje llegue a todo el circulito de viejas amistades, amigos de reciente conocimiento y hasta ciudadanos y ciudadanas –para estar a tono con el estilacho de algunos de mis colegas y colegos– a quienes jamás en mi longeva y vivaracha existencia he tenido la fortuna de estrechar sus sudorosas manos ni cruzar improperios en la red cibernética.
Es que este parecido de nombres con don Estuardo Villatoro y sus consecuencias ha llegado a cruzar las fronteras internacionales, de suerte que algunos paisanos me han enviado mensajes electrónicos para felicitarme por haber asumido un cargo del que no he tomado posesión –para el cual no reúno las cualidades, calidades y honestidades para desempeñarlo– y pidiéndome trabajo para sus hijos.
Por ejemplo, el espigado ex colocho y gourmet José Domingo Rizzo, catador de boj y de tamalitos de chipilín, quien, desde un estado de los USA que no deseo identificar, me envió un correo para desearme parabienes, con la salvedad que no pretende retornar a Guatemala para trabajar en la Portuaria Quetzal, ni en ninguna parte del mundo. ¡Qué belleza!
(Romualdo Tishudo, jefe de personal atiende a un aspirante a trabajar en la EPQ, que llega son su padre, afiliado a la UNE, a quien le pregunta: –¿Qué edad tiene su hijo? –33 o 38, no me acuerdo muy bien. –Desde hace cuanto tiempo vive con usted –Hace 45 años).