Intentar escribir sobre Jesucristo es el tema más complejo que se me haya podido ocurrir; desde un principio resulta un tema difícil de abordar, dado que se hace necesario intentar caminar entre la línea de la fe y de la historia, lo divino y lo antropológico.
Como diría el compositor guatemalteco Ricardo Arjona: «Escribir sobre Jesús es redundar seria mejor actuar» y para evitar entrar en la redundancia esta tarde me gustaría compartir con ustedes algunas consideraciones alejadas del dogma y de la ideología y considerar el tema de Jesucristo como un tema integrado en experiencias aleccionadoras.
En momentos en los cuales en algunos casos y rutinariamente los cristianos celebramos el nacimiento del hijo de Dios, habría que considerar nueva y seriamente si el «espíritu de la Navidad» no se ha constituido en un mecanismo de escape y alivio del mercado necesitado de fechas para compra-ventas.
El Jesús que yo aprendí a ver no se parece en nada al que me presentan distorsionado en el tiempo, el Jesús del cual me he enamorado ciegamente y el cual he experimentado en un cúmulo de sensaciones hermosas no tiene nada de común con el del marketing trillado y que en algunos casos no aparece ni tan siquiera mencionado, tal parece que otros símbolos absorben el sentido de la Navidad y la esencia de Dios hecho hombre pasa incluso a un cuarto plano.
Mi intención no es criticar algo mil veces criticado, mi intención es mas bien reflexionar sobre un tema que debe trascender desde mi visión personal y que se refleja en el día a día, en la edificación de una humanidad mas humana, anteponiendo los principios egocéntricos y situando a Dios y al hijo de Dios en el centro de nuestro accionar.
Juan Pablo II recitó, a mi entender, una de las frases mas hermosas que jamás alguien haya podido imaginar y que para mi encierra un verdadero sentido de Jesús hecho hombre en el mundo actual: «Estamos en el mundo sin ser del mundo, constituidos entre los hombres como signos de la verdad y de la presencia de Cristo para el mundo. Le entregamos todo nuestro ser concreto como expresión suya, para que í‰l siga pasando haciendo el bien». Y eso en esencia debiera ser el verdadero significado de la Navidad, no de la Noche Buena, es decir dejando de lado el tradicional bullicio del folclor, la Navidad debiera ser no una Noche Buena sino un Día y una Noche Buena, una Semana Buena, un Mes Bueno un Año Bueno, un reencuentro con la humildad en el pesebre, un reencuentro con el verdadero Niño Jesús que todos llevamos dentro.
Sin alejarnos del mundo, entendiendo nuestra naturaleza humana de celebrar, nuestro deseo en familia y nuestras tradiciones, el mejor regalo que nos podemos obsequiar en estas navidades serían en todo caso, un compromiso de cambio, una entrega sincera y un sentimiento que Dios nace y habita todo el tiempo entre nosotros. En mi formación Jesuita aprendí a amar a este hombre con todo mi corazón «A mayor Gloria de Dios» solía decir Ignacio de Loyola, ese debiera ser el sentido de nuestro camino enfocado desde la fabrica, la escuela, el colegio, el hogar, la prisión, los hospitales, la calle. Que Dios bendiga a Guatemala y Feliz Navidad en nombre propio y mi familia, gracias por aguantar mis chifladuras y por leer y comentar mis artículos.