Ya nos encontramos en la antesala de la Navidad, por lo que los cristianos católicos, que somos los más en Guatemala, nos aprestamos a recibir con devoción al Niño Jesús, el Dios hecho hombre en la Tierra.
Ese acontecimiento es el más hermoso, significativo y solemne de cada año y constituye una celebración maravillosa, pletórica de fe y alegría. De fe y alegría en los valores realmente valores supremos y eternos de la humanidad, recalcamos.
Es una ocasión propicia para meditar profundamente en esos elevados valores, no para cometer excesos en cuanto a bebidas embriagantes, a hechos reñidos con los sagrados mandamientos que recogen las páginas de la Biblia, el libro de libros de todos los tiempos.
El ambiente en que transcurren estos días es de fiesta, de verdadera alegría; de estar a la espera de que se produzca el feliz advenimiento navideño.
Los hogares católico-cristianos y las más transitadas vías citadinas lucen engalanados por los nacimientos propios de nuestra grandiosa tradición y por deslumbrantes ornamentos. La muchachada se regocija en horas del día y de la noche quemando petardos con los que provocan momentos atronadores e, incluso, buenos sustos…
Poderosas empresas industriales y comerciales vienen brindando al gran público en diferentes lugares del país suntuosos espectáculos que mueven a pensar en los avances de la pirotecnia y de otros logros de la tecnología.
Los fuegos artificiales que año tras año se efectúan en la avenida La Reforma de nuestra urbe capitalina -allí por donde estuvo la antigua Escuela Politécnica- son una verdadera novedad. Atraen a miles de grandes y chicos. El cielo se cubre de luces multicolores que recrean el espíritu y, naturalmente, provocan admiración. Siempre no faltan los fuegos que demuestran innovación, excelente trabajo fabril.
Los hombres de negocios, fabriles y mercantiles, aprovechan las celebraciones de la Nochebuena para vender a lo grande sus productos, lo cual, valga decir, no afecta lo esencial de la Navidad.
Desde la entrada de diciembre principian diversos actos anunciando que se acerca la Navidad (o Natividad). Hay cuatro domingos de Adviento, o sean los de preparación para recibir al Niño Jesús. También son oficiadas, en los numerosos templos católicos, misas muy solemnes y salen procesiones, no menos solemnes, que recorren céntricas calles y avenidas de nuestra principal metrópoli.
En las posadas, el tamborileo, los pitos y el ruido que produce el golpeteo en caparazones de tortugas, el griterío de la chiquillada y de quienes andan muy eufóricos por efecto de las «copacabanas», se escuchan en el entorno?
Es de mencionar algo de lo que nos habla con grandilocuencia el evangelio, según la Sagrada Escritura. Veamos: ¡Te saludo, María!; ¡Alégrate María!, le dice un sér angelical. Y es que el significado de la palabra griega original «Kaire» es «alégrate», «regocíjate».
El profeta Sofonías, con inspiración de Dios, dice a Israel: Alégrate, hija de Sión. El Señor está contigo y viene a morar dentro de ti (María conocía bien las sagradas Escrituras).
Indudablemente, la Navidad es la solemnísima celebración que aviva nuestra fe en Jesucristo y, a la vez, es sumamente letificante, sobre todo si compartimos tan venturosa oportunidad con nuestra familia, con los amigos y demás personas de nuestro aprecio.
Tenemos esperanzas de que la Navidad y, especialmente, el Año Nuevo, deparen a nuestro pueblo paz, prosperidad, bienestar y mucha felicidad, sin politiquería, sin corrupción, sin impunidad, sin más linchamientos, sin vicios de todo género, sin asaltos, sin secuestros, sin extorsiones, sin relajos propios de la anarquía en calles y carreteras, sin ultrajes y asesinatos a las mujeres, a los niños y a los humanos en general.
¡Basta ya de hechos de leso humanismo! Honremos con nuestro buen comportamiento a la patria, a nuestra familia, al sistema democrático y, sobre todo, de corazón a Dios con amor y respeto absoluto.
¡Que todos disfrutemos como nunca o como siempre las alegrías de la Nochebuena con las bendiciones del Creador del Universo.