Obama, Fidel, reggaetón y religión se juntan para implorar a San Lázaro


Una enfermera socorre a una persona tirada en el pavimento, frente a la iglesia El Rincón, cerca de La Habana, durante la celebración del Dí­a de San Lázaro. FOTO LA HORA: AFP ADALBERTO ROQUE

Entre rezos, reggaetón, pan con lechón y ron, cientos de miles de cubanos peregrinaron al pueblito del Rincón para pedir a San Lázaro desde salud, mejorí­a económica o un viaje a Miami hasta que Fidel Castro se recupere o Barack Obama levante el bloqueo.


Martirizándose unos, vestidos con tejidos de yute o telas de color morado, los creyentes llegan cada 17 de diciembre al Santuario del Rincón, a 30 km de La Habana, a venerar al que los católicos identifican con San Lázaro Obispo y los santeros -practicantes del culto de origen africano-, con Babalú Ayé.

Camino al templo, este año con fuerte vigilancia policial, se vive una verdadera feria, los puestos de comida criolla y música a todo volumen se abigarran con las ventas de flores, velas y santos de yeso, tanto como las plegarias que elevan los devotos.

«Le pido por la salud de mi nieto, para que Obama quite el bloqueo porque Estados Unidos nos prohí­be muchas cosas que necesitamos y que se recupere Fidel. Deseo éxito a Raúl Castro, pero espero que el comandante vuelva», dice Amelia Torres, de 60 años, sentada en el suelo afuera del templo junto al altar ambulante que improvisó en un cochecito.

A pocos metros hay un remolino en torno a una mujer que exhausta se arrastra de espaldas 30 metros sobre el asfalto hasta el templo. Orlando Pérez, un pulidor de losa de 46 años, camina a su lado. Hace lo mismo desde hace 10 años, sin que su esposa le revele el favor que está pagando.

«Yo vengo a pedirle que no haya «perí­odo especial», porque la vida está dura», dice Nereida Hernández, un ama de casa de 42 años, al recordar la crisis económica en que cayó la isla en los años 90 tras la caí­da de la Unión Soviética.

Frente al altar que erigió en el portal de su casa, a 100 metros de la ermita, con una imagen en tamaño natural, Xiomara Sálazar, de 82 años, dice que San Lázaro ya le concedió: «Estuve dos meses en Miami, fui a conocer aquello, a ver a mi hija y a mi noveno bisnieto».

«Mi sueño es conocer Estados Unidos, viajar a Nueva York a ver a mi hermana y hacer amigos, pero no me voy a quedar porque soy un revolucionario», se entromete Andy Lázaro Dí­az, un fiel devoto de 15 años que lleva en su pierna tatuado al santo.

Visitada por el Papa Juan Pablo II en su histórico viaje en enero de 1998, la pequeña ermita es junto a un leprosorio el principal lugar de devoción a esta deidad de creación popular.

«Antes habí­a temor, pero después de la visita del Papa ha habido apertura, ciertas concesiones, y el pueblo expresa más que antes su fe, con más libertad», afirma a la AFP el párroco Carlos Borgos.

Los creyentes le atribuyen al «Viejo Lázaro», representado en un mendigo en harapos y muletas, con barba y llagas en la piel, propiedades curativas de males como la lepra, el sida, epilepsias o amputaciones.

Tomás Joglar era un joven acróbata cuando casi pierde una pierna. «Me la iban a amputar y gracias a San Lázaro hoy la tengo, con 80 años», dice el anciano de abundante barba amarillenta, pantalón de cabuya y collares de colores sobre un pecho desnudo, mientras arrastra una piedra encadenada a su pie, por unos 10 km hasta el Rincón.

Tendido en la acera con su perrita «Claudia», Miguel Hernández, de 36, reúne monedas sobre un manto rojo con ron, tabaco y velas moradas. «Mi familia me discrimina por tener sida, tengo 36 tornillos en la pierna por un accidente que tuve y sufro de epilepsia, pero estoy vivo por mi San Lázaro», dice en su recuento de males.

Adentro del templo, un mulato vestido de yute, sombrero de paja y zapatillas Nike, fuma puro y golpea contra el piso un bastón, ensimismado en su rezo.

A dos metros, Julio Dí­az, de 39 años, enciende una vela para agradecer a San Lázaro haber conocido a Maité hace tres años un 17 de diciembre: «Hasta una buena mujer me consiguió, porque lo que se me pegaba era «candela». Ahora quiero un hijo y estamos trabajando en eso», explica muy en serio junto a su mujer.