El primer civil en la Guardia de Honor


Hace 65 años Guatemala viví­a en un ambiente tenso. El general Ponce V. maniobraba desde la Presidencia provisional para darle continuidad al sistema dictatorial. El pueblo ya no querí­a más imposición de las fuerzas antidemocráticas.

Lic. José Guillén V.

En aquella época el autor tení­a 27 años y trabajaba como dibujante en el Departamento de Diseño Gráfico de la Litografí­a Byron Zadik, pero también estaba estudiando en la Escuela Nacional de Ciencias Comerciales previo al estudio de las ciencias económicas.

En la oficina, en el taller, en el aula, en todas partes se hablaba sobre la imposición que Ponce V. tramaba para lograr la Presidencia. Aun en el hogar se sentí­a el ambiente de repudio en contra de la imposición poncista. Cuando en las primeras horas del 20 de octubre de 1944 los vecinos de la capital nos despertamos con el estampido de los cañones comprendimos que habí­a llegado el momento de sumarse a los que intuí­amos que era un movimiento militar contra el tirano naciente.

En aquella época, el autor viví­a en lo que entonces se llamaba Colonia Ubico, al lado oriental del complejo deportivo del Estadio Nacional. Debido a la cercaní­a de la Guardia de Honor, los cañonazos se oí­an muy cercanos. Me vestí­ rápidamente y traté de asomarme a la 12 avenida de la actual zona 5. De improviso vi que del centro de la ciudad vení­a un jeep que paró frente a mí­. Apenas tuve tiempo de preguntarles sobre lo que ocurrí­a. Ellos me dijeron que se trataba de un golpe contra Ponce y que si estaba dispuesto a ayudarles subiera al jeep. En minutos llegamos a la entrada de la Guarida, donde las puertas de abrieron para dejarnos entrar. En el jeep iba una persona de particular que parecí­a tener mucha ascendencia sobre los militares que viajaban en el vehí­culo, pero nunca pude identificarlo. Esta persona llevó a la esquina noroeste de patio del centro militar donde se encontraban un grupo de jóvenes civiles armados con fusiles y pertrechos en formación de descanso. Mi acompañante me presentó como un ciudadano dispuesto a luchar por la causa común. No recuerdo si él o un militar ordenó a un soldado que me llevara a la sala de armamentos a que escogiera mi arma. Los estudiantes se alegraron de mi presencia y me preguntaron a qué me dedicaba. Les dije que trabajaba y estudiaba contabilidad Uno dijo: «También es estudiante», porque estudiaba para contador. Varios estudiantes me pidieron cigarrillos, pero yo no llevaba. Me preguntaron si creí­a que el pueblo los apoyarí­a y contesté que en cuanto se supiera que podrí­an adherirse a la lucha la Guardia se llenarí­a de voluntarios, como efectivamente ocurrió. Yo reconocí­ a los dos estudiantes: a Marco Antonio Villamar porque pertenecí­a a los grupos que nos reuní­amos en la plazuela del parque Colón y a Emilio Zea González, porque viví­a enfrente de mi casa en la Colonia hoy llamada 25 de Junio, pero ellos probablemente no me reconocieron por la tensión en la que se encontraban. Se comentaba con tristeza que uno de ellos salió con una patrulla militar y habí­a sido alcanzado por el fuego enemigo. De improviso una bala de cañón procedente del Castillo de San José pasó rozando el techo de la Guarida de Honor y algunos escombros cayeron sobre nosotros los que nos obligó movernos hacia el corredor.

Vi llegar otro civil unas dos horas después de mí­ y después comenzaron a llegar voluntarios en cantidades crecientes. Con ellos se pudo formar una primera patrulla a la cual me adherí­ y salimos al mando de un oficial joven cuyo nombre nunca supe. La patrulla atravesó el Campo de Marte encaminándose al lugar que hoy ocupa un cementerio privado para hostigar desde allí­ al cuartel de Matamoros. Sin embargo, individualista como todo chapí­n y deseoso de vivir la lucha a mi manera abandoné la patrulla y regresé al Campo de Marte, con el deseo de participar visualmente del duelo de artillerí­a. Jurarí­a que vi el disparo que esta baterí­a hizo que estallara la Santa Bárbara del Castillo de San José. Tiro feliz que introdujo una ventana para los alzados.

En el lado noroeste del Campo de Marte habí­a una pequeña construcción destinada a la radiodifusora nacional TGW. Entré al recinto y encontré a uno de los 14 estudiantes que habí­a conocido dentro de la Guardia de Honor quien contaba a un desconocido sobre el primer civil que se presentó a la Guardia de Honor después de ellos. Me extrañó que no me reconociera después de escasas horas de haberme separado del grupo. Le recordé quién era yo y aún así­ dio muestras de desconocerme. A mi sí­ se me habí­a quedado su nombre. Sigue siendo un abogado muy respetado dentro del foro nacional. Con mi ego lastimado salí­ hacia el centro de la ciudad.

En la 10ª. avenida y 18 calle, esquina de la antigua estación de los ferrocarriles, crucé hací­a el oriente en la acera de mi derecha. Allí­ en un pequeño zaguán una mujer joven y bonita atendí­a a algunos heridos esperando que alguna ambulancia llegara por ellos. Habí­a caminado unos pasos cuando escuché el ruido de un vehí­culo que vení­a por la misma 18 calle ya frente a la estación del ferrocarril. Se trataba de un carro blindado. Le hice un saludo de compañero de lucha y recibí­ como respuesta una descarga de ametralladora. Las balas pasaron encima de mi cabeza impactando en las paredes. Me sentí­ perdido porque el carro estaba sobre mí­. Recordé al zaguán abierto y corrí­ hacia él, penetré a la casa y en el último patio vi una escalera que me llevó al techo. Allí­ busqué un lugar estratégico desde donde pudiera contraatacar si los soldados me persiguieran con fusil. Después de un rato me di cuenta de que los ocupantes del carro estaban alegándose. Entonces pensé en regresar a la calle. Coincidentemente en esa cuadra se encontraba la casa de mi abuela, donde aún viví­a mí­ tí­o Mariano Hernández y su familia. Me acerqué para llamar.

Para llamar por el techo, me pusieron una escalera y bajé. Mientras comentábamos los acontecimientos la TGW comenzó a decir que la causa estaba ganada por los militares y los civiles; y que los voluntarios deberí­an regresar las armas y la cartuchera sin haber disparado un solo tiro. En la Guardia de Honor a devolver el arma y la cartuchera sin haber disparado un solo tiro. En la Guardia de Honor y en el camino a mi casa vi centenares de ciudadanos armados. Algunos disparaban no sé a dónde. Vi jóvenes, pero también vi hombres casados que yo conocí­a. El pueblo participó masivamente.

Conté mis aventuras en mi casa y en mi lugar de trabajo. Yo no conocí­a a ningún polí­tico ni tenia oportunidad de presentarme a reclamar un crédito por una participación en la que no habí­a realizado ninguna proeza. Ahora hago pública esta relación porque fue mi contribución espontánea, como la de miles de ciudadanos en toda la Republica, una justa lucha patriótica y porque ya no tendré otra oportunidad para relatarla.

Guatemala 2009.