La Primera Iglesia de la Verdad Absoluta


Antonio Cerezo

Las reuniones de la oficina siempre permiten, a pesar del arduo trabajo, tener momentos de relax que lo llevan a uno a conocer los más intrincados lugares. La primera vez que entré se me figuró una fiesta pagana llena de esplendorosas mujeres, juegos de azar, licores, tabaco y representantes del sexo masculino dispuestos a renunciar al limbo, bogando por la no redención del ser humano. Era increí­ble. Mujeres negras, blancas, amarillas, mezclas de estos colores, en fin, un verdadero racimo de pasión, sexo, lujuria, lesbianismo, homosexualismo, drogadicción, etcétera, que no habí­a visto antes reunido en un lugar tan acogedor, iluminado y protegido por guardianes de las bajas pasiones.


Pero la segunda vez que entré quedé sorprendido. Ahí­ estaba Vidal encaramado en una mesa, Biblia en mano, echándose un sermón digno de los mejores pastores, de esos que reciben pequeños donativos de los feligreses como relojes caros, casas, vehí­culos, terrenos, cuentas bancarias y un largo etcétera, y que gozan solapadamente de los favores sexuales de ménades esplendorosas, de esas que cuidan las puertas del cielo.

Hermanos, decí­a con voz compungida, la Biblia temblando en sus manos y los ojos en éxtasis como si se tragara un bello racimo femenino de su selecto auditorio, la salvación depende de ustedes. La vida no es sólo abstinencia, oraciones, rezos, asistir a las iglesias. ¡¡¡No hermanos!!! La vida es esto. La convivencia con los demás, los traguitos a tiempo, la lucidez que nos da este humo de cigarrillos, ¡el sexo que es mandato de nuestro Señor!

Tú, ¡¡¡pecador!!! dijo dirigiéndose a un muchacho regordete con el cabello aplastado por la vaselina, tú que vienes sólo a ver, a juzgar este tipo de vida, a regodearte con el ambiente, ¡¡entrega tu alma!!, libérate, entrégate al placer, toma las mujeres que quieras y gózalas, déjate llevar por tus impulsos y así­ alcanzarás la vida eterna. ¡Ven para acááá! gritó agitando la Biblia con su mano derecha, envuelta en un temblor indescriptible que contagiaba ya todo su cuerpo.

Andá con el Pastor, le dijo una joven envuelta en un pequeño trapo que llamaba minifalda, de labios sensuales y pechos exorbitantes. Lo empujó por la espalda y dos compañeras suyas lo tomaron por los brazos arrastrándolo al improvisado púlpito. Subió a la mesa y abrazó a Vidal que temblaba incontrolable.

¡¡Hijo mí­o!!… has dado el primer paso… tu presencia en esta iglesia de la verdad absoluta te hará libre. Los dos parecí­an una efigie de gelatina. Convulsionaban como dos esperpentos de esos que se lucen en una iglesia convencional. ¿¿Ves?? ¿¿Ves esta Biblia?? La palabra del Señor está aquí­ para señalarte el camino. Debes arrepentirte de todos tus pecados, del poco ejercicio sexual, de las Coca Cola Light ingeridas sin la más leve pizca de alcohol -como si no supieras que eso es dañino para la salud- del poco productivo trabajo, la vida ordenada que no te deja nada bueno. ¡¡¡La Iglesia de la Verdad Absoluta te hará libre!!!

Diciendo esas palabras golpeó con su Biblia al bisoño regordete en la frente, haciéndolo caer de espaldas mientras gritaba ¡¡¡entrega tu espí­ritu a Dios!!! ¡¡¡Señor recí­belo!!! ¡¡¡Haz que su vida cambie!!! Que se meta de lleno a tu Reino, Señor, disfrutando del placer ineluctable de la vida, del sexo, el alcohol, el tabaco, las drogas? ¿¿qué hará esta pobre alma sin el disfrute pleno de las cosas que Tú nos has dado Señor??

Mientras esto decí­a su cuerpo temblaba. Los ojos de Vidal estaban en blanco. Los brazos abiertos en cruz se cerraban violentamente en rí­tmicos movimientos simulando afectuosos abrazos. El cuerpo del joven regordete yací­a en el suelo, a la par de la mesa, después del reverendo trancazo que le produjo la caí­da. ¡¡Levántate!! ¡¡Señor perdónalo!! eran las súplicas del buen pastor, pero el feligrés continuaba tendido, desmayado.

Cuando ellas se acercaron a él llenas de estupor, se agacharon, lo movieron, le acariciaron el cabello, le dieron a oler fuertes perfumes y hasta un calzón de la más bella, pero no reaccionaba. De repente abrió los ojos y al verse rodeado de mujeres tan lindas gritó ¡¡¡Sí­ Señor!!! ¡¡Claro que estoy contigo!! Si este es el recibimiento que me das, cómo será la fiesta? y volvió a cerrar los ojos extasiado con el acontecimiento. Llévenlo adentro, dijo Vidal, y atiéndanlo.

Yo veí­a estupefacto el acontecimiento. Comenzaron a rodearme. Ellas me abrazaban y besaban susurrándome al oí­do «Â¿Ves? tienes que invitarnos un trago. Toma, jala, esta hierba es de la buena». Di un jalón, dos, tres y ya estaba sumergido en aquel maremagno de felicidad que me llevó a beber licor, entrar en un par de bellas damas, al placer de un buen tabaco? Sin quererlo habí­a entrado de lleno a la cuna del conocimiento, a la mata del placer, a la esencia del espí­ritu, a la fuente de la verdad. Estaba en la sede de la Primera Iglesia de la Verdad Absoluta.