No era Manuel Mijares quien cantaba ayer en los pasillos del Congreso de la República, sino observadores que vieron cómo el diputado y ex presidente del Organismo Legislativo, ex ministro de Educación, ex Rector de la Universidad de San Carlos y ex alto dirigente del partido de gobierno, doctor Eduardo Meyer Maldonado, corría a esconderse en el baño de mujeres cuando oyó que ya le habían echado mano a su colega, Rubén Darío Morales, por un pecado menor al suyo en el caso del desvío de fondos del Congreso de la República.
La letra de la canción de Mijares relata cómo cambió la reputación del que salía del baño de mujeres, al punto de que tuvo que quejarse así: «Sé que no soy un galán ni tampoco el terror de las chicas. Pero créanme niñas, yo soy un hombre normal que puede defenderse».
«Salí del baño de mujeres y mi reputación voló», reza el estribillo pegajoso de la canción que estuvo de moda hace algunos años y a lo mejor eso pensó nuestro flamante diputado cuando se escurrió entre las curules para meterse en el sanitario habilitado para las féminas en el Congreso de la República, tratando así de evadir la acción de la justicia que extendió su brazo para cazar al antecesor de Meyer en la Presidencia del Legislativo.
La verdad es que hablar de reputaciones a estas alturas es inútil porque lo que cuenta sobre todas las cosas es que el dinero no aparece y todos sabemos que no es que los billetes se esfumaran o que se hicieran humo. Simplemente cambiaron de dueño y lo que tendríamos que saber es en manos de quién están porque no es justo que se le pida al pueblo de Guatemala que ponga mayor cuota de sacrificio pagando más impuestos, mientras que nos hacemos de la vista gorda ante el desfalco de 82.8 millones de quetzales que no eran ahorros de los diputados, sino dinero del pueblo que alguien está gozando tranquilamente en estos días.
La conciencia suele jugar malas pasadas y por ello es que ante el rumor de que la policía estaba en el Congreso para llevarse al responsable del robo de los 82 millones, a Meyer le importó un pepino que su reputación pudiera sufrir una nueva mancha. Al fin y al cabo era apenas una débil mancha más al tigre y refugiarse en el baño de mujeres con la idea de que allí no entraría la fuerza pública a sacarlo le pareció la mejor opción para impedir que se lo pudieran llevar a chirona. Y por si hacía falta mayor dramatismo, hasta llamaron a una ambulancia para demostrar que, como el personaje de Mijares, él sí que sabe como defenderse.