El acelerador de ideas


Desde hace unos dí­as, el mundo es un poco más inestable. El colisionador de Hadrones arrancó el pasado viernes después de 14 meses de reparaciones. Este inmenso acelerador de partí­culas, que recorre bajo tierra la ciudad suiza de Ginebra y cuyos túneles sobrepasan fronteras, pretende hallar la llamada «partí­cula de Dios», una temeridad para los apocalí­pticos y la única ví­a cientí­fica para avanzar en el conocimiento del origen de la materia. El acelerador pretende recrear los instantes posteriores al Big Bang mediante el choque frontal de cientos de millones de protones. Reconozco que no sé muy bien qué demonios significa esto ni a dónde nos conduce. Los propios cientí­ficos desconocen qué ocurrirá cuando, en enero de 2010, se alcancen las primeras colisiones. Al parecer, los protones serán acelerados entonces a una velocidad un 99,99% cercana a la de la luz, lo que provocará que las partí­culas impacten en direcciones diametralmente opuestas generando altí­simas energí­as. El experimento ha desatado todo tipo de controversias. Dos cientí­ficos del proyecto, uno de ellos español, sostienen que podrí­a causar la destrucción no sólo de la Tierra sino del Universo entero. Afirman que el caos producido puede crear un agujero negro estable.

Humberto Montero
periodista y analista polí­tico, hmontero@larazon.es

Aunque puede que así­ sea, la otra opción, quedarnos de brazos cruzados, me parece aún más peligrosa.

Esta columna pretende ser un colisionador de información, un acelerador de ideas. En muchas ocasiones se producirán choques entre los asuntos dispares que aquí­ se traten, pero confí­o en extraer del caos alguna certeza. Quizá suene algo arriesgado, pero me niego a no tratar de comprender un mundo cada vez más complejo en el que las materias se entrelazan cada vez más hasta crear una maraña impenetrable. Desde Madrid, sentado en mi escritorio en el diario español LA RAZí“N, donde ejerzo como responsable de Asuntos Iberoamericanos, pretendo desentrañar para ustedes el «Estado del Mundo». No encontrarán aquí­ opiniones interesadas, tampoco frases huecas ni planteamientos complacientes. Vamos, todos los miércoles, a encarar la realidad frente a frente.

Nuestro primer gran choque de ideas nos lleva a China. Como saben el presidente Obama acaba de realizar una visita histórica al coloso asiático. Histórica por el carácter de la misma. Es la primera ocasión en que un presidente de Estados Unidos dispensa tratamiento de potencia a la que hasta ayer era sólo la «fábrica del planeta». China ha dejado de ser un mercado gigantesco que dispone de una mano de obra inagotable y barata. En su búsqueda por mantener las tasas de crecimiento del PIB superiores al 10% se ha lanzado a conquistar el globo. Su escasez de materias primas y energí­a, necesarias para alimentar el engranaje, le obliga a buscar recursos en los rincones más recónditos. Desde su propio continente hasta ífrica o Iberoamérica, los chinos desembarcan cargados de yuanes. Se permiten el lujo de ser el mayor tenedor de bonos del Tesoro de Estados Unidos (700 mil millones de dólares nada menos), de manera que su enorme reserva de divisas incide, en mayor o menor medida, en la polí­tica económica de la potencia «número uno». En esta conquista, China se atreve con todo. Incluso con la carrera espacial. Como relataba nuestro corresponsal en Pekí­n, íngel Villarino, el régimen chino ha entrado hasta en el conflictivo Afganistán a la caza de minerales. Así­, mientras Estados Unidos y la fuerza multinacional dejan cientos de soldados muertos por el camino, los chinos recogen los beneficios.

Casi simultáneamente a la gira de Obama, Europa eligió al primer presidente estable de la Unión Europea. Seguro que no han oí­do hablar de él y no me extraña. La lucha de egos entre los lí­deres europeos ha degenerado hasta nombrar a un belga, Herman Van Rompuy, como máxima figura de la representación europea en el mundo. A su lado estará otra desconocida, la británica Catherine Ashton, quien se hará cargo del Servicio Exterior. La baronesa comandará la mayor maquinaria diplomática de la Tierra con una experiencia insustancial. La solución ha dejado encantados a los mandatarios de la UE. Sin embargo, este acuerdo sólo hace más débil al Viejo Continente, todaví­a la mayor potencia económica. Sostengo que Europa no puede competir en términos polí­ticos con estos personajes en un mundo en el que el eje de poder eurocéntrico se está desplazando a la región Asia-Pací­fico (EE.UU. y China). Me pregunto: ¿creen que el presidente Hu Jintao recibirá como lí­der europeo a Van Rompuy? Lo dudo. Estoy seguro de que preferirá despachar con el británico Gordon Brown o con la canciller Merkel. El problema es que ninguno de ellos representa a Europa, que ha perdido una ocasión certera para plantarse como entidad polí­tica en el siglo XXI.

Ustedes me dirán, ¿a dónde conduce esto? Aquí­ llega la tercera colisión de ideas. Centroamérica tiene un gran potencial. Dispone de mano de obra tan cualificada como la china y de una situación polí­tica más o menos estable. Individualmente los socios que la integran no pueden pelear en el mundo global, pero sí­ como conjunto. No tengo dudas de que el primer paso debe ser la unificación monetaria. El dólar es una excelente opción. Habrá quien objete que las naciones centroamericanas tienen economí­as dispares y es cierto, pero cuando Europa realizó la transición al euro sus economí­as no eran precisamente clones. Este debe ser un primer paso hacia la unidad monetaria de toda Iberoamérica bajo la divisa del dólar. Más adelante, el continente deberá elegir un liderazgo (confiemos en que Hugo Chávez no se postule). Que sea fuerte, no sigan el ejemplo europeo o China los devorará.