El próximo domingo 29 de noviembre el territorio de Honduras será el escenario de una enorme farsa como es el desarrollo de elecciones amañadas para tratar de envolver con un ropaje de supuesta legalidad, el bochornoso rompimiento del orden constitucional luego del golpe de Estado del pasado mes de junio mediante el cual las familias más poderosas del vecino país en alianza con los militares reaccionarios y contando con el apoyo del gobierno de la Casa Blanca derrocaron al presidente Constitucional José Manuel Zelaya Rosales. Una farsa es una cosa fingida que se quiere hacer pasar por cierta. Los perversos golpistas dicen que actuaron para defender la democracia.
El doctor Francisco Sandoval, Antropólogo, Sociólogo y destacado escritor guatemalteco, escribió en uno de sus recientes libros que ninguna palabra ha recibido tanto incienso ni ha sido tan utilizada como la democracia. La han usado desde tenebrosos dictadores como Adolfo Hitler, pasando por Augusto Pinochet, el tristemente célebre tirano chileno hasta llegar a Roberto Micheletti, el presidente del gobierno de facto de Honduras.
En este caso se ha manejado un esquema deshonroso para «legalizar» el atropello al orden legal. Lo cierto es que la realización de esas elecciones tiene un pecado original como es el hecho que se efectuará bajo la conducción de un régimen de usurpadores y que por tanto carecen de legitimidad. Pero, además, son responsables de haber aterrorizado a la población con una brutal represión, encarcelando a muchas personas y causando la muerte a otras por exigir el restablecimiento del sistema de legalidad. Además, impusieron una estricta censura de prensa y cerraron medios de comunicación. Todo lo hicieron en nombre de la democracia y la libertad.
Lo que está en juego hoy en Honduras amenaza con un retroceso histórico y político que atañe a toda América Latina. Las últimas maquinaciones significan que un régimen golpista de derecha puede mantenerse en el poder para presidir elecciones en donde participan únicamente candidatos de derecha que cuentan con la «bendición» del régimen de facto, de los ricos y de la embajada estadounidense.
La restauración en el poder del presidente legítimo Manuel Zelaya era el punto toral de los Acuerdos de San José que EUA organizó bajo los auspicios del Presidente de Costa Rica, así como el núcleo de la resolución de la ONU y de los de la OEA respaldadas, ambas, por el gobierno del presidente Obama. La nueva posición de EUA de reconocer el resultado de las elecciones sin la restitución en su cargo del Presidente Zelaya es un peligroso precedente para legitimar cuartelazos militares y una perversión de la democracia.