Antes de que finalice el mes de noviembre deseo referirme a un asunto que parece frívolo e intrascendente -si ambas palabras no significan lo mismo-, pero que me ha llamado la atención porque en tres diarios de la mañana y en La Hora, distintos lectores enviaron cartas a las páginas de opinión en diferentes días, refiriéndose al mismo asunto.
eduardo@villatoro.com
  Como no guardé los ejemplares de esos medios sólo tengo el recorte del mensaje que publicó en elPeriódico el señor Luis Pedro González, quien, notoriamente devastado -por lo que leí- indica que «Es inconcebible y deprimente la venta de barriletes chinos, hechos de nylon… en formas de figuras que no representan nada para nuestra cultura», además de que «Son unos verdaderos adefesios?. No deberíamos comprar esos mamarrachos».
  Aunque no con la misma escala de repulsión del mencionado lector, a mí tampoco me agrada ese extremo a que ha llegado la globalización neoliberal, porque los niños urbanos, especialmente de la capital, van perdiendo afecto por tradiciones aparentemente irrelevantes, y de ahí que estos chiquillos nada sabrán de flecos, colas de papel periódico, frenillos y otros aditamentos del barrilete hechizo, toda vez que sus padres recurrirán al expediente más fácil: comprar barriletes de plástico.
  De seguir incontrolable esta sustitución de objetos, juguetes usos y costumbres guatemaltecas por elementos importados, como el jálowin, por ejemplo, el año entrante correremos el riesgo de que nos manden de China, Taiwan o Corea platillos congelados de fiambre, o que para las festividades de fin de año nos empachemos con tamales de carne de Beijing y en vez de paches quetzaltecos comamos jotquéits importados de Seúl. O de Mayami, para ser más lait.
  Pero en medio de toda esta alienación, resalta un satisfactorio gesto del Ministro de Cultura y Deportes, don Jerónimo Lancerio, quien (según lo contó el  periodista, chiquimulteco y poeta confeso Aquiles Pinto Flores en Prensa Libre), por instrucciones del Presidente Colom, suscribió un acuerdo con directivos del Festival de Barriletes de San Lucas Sacatepéquez (y como salió medio en verso, chorizos para su almuerzo), por medio del cual el Gobierno financiará durante tres años esa actividad, con la condición de que los barriletes gigantes no lleven estampados anuncios comerciales (menos propaganda oficial). Es que hasta a eso habíamos llegado, imagínese usted. Sólo falta que anuncien licores en las tumbas, debida y horrorosamente decoradas con colores chillantes.
  (El bardo Romualdo Tishudo, conversando con un folklorista, le comenta: -Los orientales -no del país sino del continente asiático- tienen el rostro así de recelo porque sospechan de todo el mundo).