Una obra en el psiquiátrico


Cuando el peculiar cortejo de un centenar de enfermos mentales vestidos de negro se detuvo frente a la sala, la marcha fúnebre se trocó en conga, el «Caballero de Parí­s» resucitó y el director del Hospital Psiquiátrico de La Habana gritó con alborozo: «Â¡Esto es una locura!».

Carlos Batista

Se trata de una obra del director francés Serge Sandor, quien antes trabajó con presidiarios, vagabundos, enfermos de sida y mujeres maltratadas como actores en puestas en escena en Francia, Suiza y México. Ahora, por primera vez, lo hace con pacientes psiquiátricos.

«Para mí­ el objetivo principal era la calidad de la obra… fuimos egoí­stas en el buen sentido, para lograr algo bonito, algo que sea una verdadera puesta en escena», dijo Sandor, mientras ultimaba detalles del cortejo, una suerte de personajes costumbristas de la primera mitad del siglo XX, con dosis de teatro bufo y mucho del «choteo» (burla) cubano.

La obra cuenta la vida de José Marí­a López Lledí­n (1899-1985), «El Caballero de Paris», un emigrante español que enloqueció y devino romántico vagabundo, figura legendaria y mí­tica en La Habana, inmortalizada en una estatua de bronce a tamaño natural que lo muestra caminando por una acera del casco histórico.

López Lledí­n murió en el Hospital Psiquiátrico «Bernabé Ordaz», donde se estrenó la obra antes de ser presentada este fin de semana en un teatro público.

La mayorí­a de los actores «son esquizofrénicos con un deterioro cognitivo importante. La obra les ha venido muy bien, su comunicación interpersonal ha mejorado mucho, disminuyeron la fobia, los miedos, se sienten muy contentos e identificados con el trabajo», dijo el médico Wilfredo Castillo, director del hospital.

En la sala, varios de los actores-pacientes se sientan entre el público y desde ahí­ declaman, mientras que por el escenario pasan dos «caballeros» de larga barba y melena plateada, uno el emigrante cuerdo y el otro el vagabundo lleno de fantasí­a.

«Â¡Soy la leyenda viva, la leyenda sagrada!», clama en escena el Caballero.

Reina Cueto, la única actriz profesional, trabajó con Sandor, médicos y terapeutas por más de año y medio antes del estreno, y hace las veces de apuntadora, asistente de dirección y maestra de actuación.

«Esto costó mucho trabajo, mucha entrega, mucha constancia. Es muy difí­cil, pero «estoy prendada, sigo en este intento», comenta emocionada.

Ismael Dreke, un fornido joyero de 37 años, seis de ellos como paciente, interpreta a «Bigote de gato», personaje de la farándula popular, dueño del bar donde el Caballero va a tomar jugos, pues no bebe alcohol ni fuma.

«Todo el mundo está muy contento con la obra, a mí­ me gusta mucho», dice en un torrente incontenible de palabras, mientras su pareja en la obra, Maby, asiente sin poder controlar los movimientos nerviosos de sus manos.

El público de enfermos y empleados rompe en carcajadas ante algunos bocadillos improvisados en escena. «Â¡Qué lugar tan feo, esto parece un hospital psiquiátrico!», dijo una actriz-paciente.

«También le damos margen de improvisación. Es muy difí­cil que ellos memoricen un texto, algunos lo logran, pero otros se manifiestan mejor cuando improvisan, y hay buenos actores», expresó la actriz Cueto.

Al final, el caballero muere, y el público, los actores-pacientes, terapeutas y dramaturgos aplauden y saltan de alegrí­a. El miedo, las limitaciones, las dudas, fueron vencidos.

«Estoy muy contento y orgulloso, salió muy bien», dijo un exultante Sandor.

¿Usted también es un poco loco?. «Un poquito, por momentos, pero todos lo somos un poco», responde sonriendo.