Las llagas malolientes y putrefactas de aquel cuerpo viviente ahí estaban siempre; a la misma hora y en el mismo lugar, para mover la compasión de las personas que pasaban, y recibir alguna limosna.
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Pero la gente rica y acomodada sentía repugnancia ante tal figura, y, si acaso, desde cierta distancia le lanzaba alguna moneda, después de cubrirse la nariz y cerrar los ojos.
Esta misma era la actitud del joven apuesto y acaudalado, Francisco de Asís, hasta que en la débil imagen de aquel leproso, descubrió la sublime presencia del Dios invisible.
Francisco colmó de besos la piel podrida de aquel ser humano, y a partir de entonces, los enfermos pobres y desahuciados fueron sus mejores amigos.
LOS POBRES Y ABANDONADOS SON OPORTUNIDADES DIVINAS.