GUARDAR RENCOR: La vez pasada, durante una tediosa reunión, ante la mirada furtiva, inquisitiva y un tanto preocupada de cierto derogado amigo mío hacia mí, empecé a decirle de manera un tanto atropellada, que no tuviera pena, que yo no le guardo ningún rencor, que esas cosas, aunque traigan fecha de vencimiento a largo plazo -si bien la mayoría carecen de tal dato-, en mi caso caducan a los pocos días de su producción; que a mí no me gusta guardar ningún tipo de rencores, por grandes y merecidos que sean, o por pequeños e insignificantes, pues me falta lugar para ellos, no sé dónde ponerlos a manera de que no estorben e incomoden; que tengo mejores y valiosas recordaciones para guardar, reliquias antiguas o tesoros sentimentales que apenas ocupan espacio. Le rememoraba a este revocado camarada que suele decirse guardar rencor, pero entonces uno lo está sintiendo a cada rato, al encono, lo tiene enfrente y hasta sueña con él. Un rencor guardado te envenena, te enferma, te suicida, te muestra tus debilidades, es mala compañía como para tenerla guardada; es un matrimonio desigual. ¿Por qué, entonces, conservar esa escoria, esa basura, ese virus, esa polilla que te carcome nervios y espíritu, ese cuchillo clavado en tu memoria? No debe guardarse aquello que se desprecia ni se posee -más bien es posesivo y poseedor de uno-, que más bien aniquila. Aunque merecés o merecías rencor, mi rencor no te guardo nada. Cabrón.
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NO TODO ESTí PODRIDO. Hace poco regresé de un viaje relámpago al viejo continente (?), o sea a Europa, y de visita un par de días en Dinamarca pude comprobar con mis propios ojos, pero sobre todo con mis propias narices, que, efectivamente, no todo está podrido en aquel pulcro y ordenado país. Y es que durante muchos años, desde que yo era un chirís he venido oyendo eso de que no todo está podrido en Dinamarca, pero con el paso de los años supuse que a ese poco sano y puro le llegaría el momento fatal de podrirse, precisamente por ser sólo una parte mínima del todo, pero hete aquí que hoy por hoy puedo asegurar que sucede al revés: lo que tal vez esté podrido en Dinamarca es una minucia, una porción insignificante, ya que apenas si existen basureros (mucho menos clandestinos), a muchos muertos los incineran, nadie atropella a un perro o gato en la calle, el sistema de drenajes es excelente, en fin. De tal manera, a mi regreso al país de la eterna, yo propondría cambiar la frase por «no todo está podrido en Guatemala», pues algo debe quedar libre y al margen, todavía, de la putrefacción, sobre todo moral
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¿EL HUEVO O LA GALLINA? En el milenario pero siempre vigente y apasionante debate acerca de qué fue primero, si el huevo o la gallina, nunca jamás en la vida ha tenido voz ni mucho menos voto mi amiga la hembra del gallo, lo cual no sólo es una imperdonable desconsideración sexista y falta de respeto, sino una flagrante violación a sus derechos humanos, maternales e intelectuales. En efecto, ¿quién posee mejores elementos de juicio, experiencia comprobada, sólidos argumentos y a la vez es depositaria de la memoria colectiva de su raza, de su historia, ritos, costumbres y tradiciones de mayor ancestro? Pero el interés actual de mi amiga la gallina se restringe a que en la próxima controversia científico-filosófica sobre qué fue primero, la discusión se enfoque en su mercadológica condición de madre frustrada. ¿Es mucho pedir?