Estamos todavía a considerable distancia de las próximas elecciones generales. No obstante, ya empezaron a posicionarse en la pista, buscando el «taburetón» y el «pisto», unos presidenciables.
No se sabe, a estas fechas, quiénes son los personajes de verdadero arrastre, que se disponen o hayan de disponerse a echarse al ruedo.
Convengamos en que pueden haber presidenciables en potencia viables y no viables; estos últimos podrán ser como de «relleno» y todos o algunos estarán conscientes de ello, pero con propósitos de negociación con el del «loteriazo» en plena crisis…
En el escenario tenemos por lo menos dos bastante visibles que podrían ser los que, hipotéticamente hablando, recibirán las santas y mayores bendiciones en las urnas.
Nos abstenemos, al menos por ahora, de mencionar a esos dos pretendientes a la silla que actualmente ocupa el ingeniero ílvaro Colom Caballeros. No vaya a ser que se piense que ya estamos haciéndoles la barba, aunque alguno de esos personajes podría ser imberbe, ¿no?
La experiencia nos dice que cuando suenan a rebato las campanas, para que los ciudadanos y ciudadanas honren al civismo, se forma algo así como un revoloteo de buitres tratando de caerle a la «carroña» para comérsela relamiéndose?
El número de presidenciables puede ser el mismo que el de los grupos postulantes, aunque cierto es que no todos merecen la postulación a juicio de los líderes de los partidos políticos (o politiqueros).
Provocan risotadas entre la ciudadanía los ilusos y osados «personajes» (así, entre comillas) que, eructando y vomitando demagogia, prometen al pueblo todo un paraíso si logran montarse en el jamelgo. Las promesas abundan y casi todas son coincidentes. No hay creatividad ni realismo o promesas de un cambio positivo y provechoso, acorde con las necesidades del país. Los discos rayados siguen en boga.
No faltan los políticos o politiquientos que, como quien dice tras bambalinas, ya han comenzado a negociar -con los que «sí las puedan»- el pastel del triunfo para luego saborear cualquier pedazo del gran panal de rica miel?
Esos mismos políticos del famoso partidismo no dejan de estar coqueteando con los gerifaltes del izquierdismo que poco a poco transita en el camino que llega al socialismo a la soviética, como se está viendo a las claras en Venezuela, donde el rabioso militronche golpista de Hugo Chávez jinetea en el movimiento «revolucionario bolivariano», dizque bolivariano, perturbando en su sueño de eternidad al Libertador, Simón Bolívar.
Igual cosa sucedió en Cuba, en Cuba la bella que constituyó un exquisito plato bien servido, muy apetitoso, para el megalómano monarca Fidel Castro y sus borregos. Ese dictador consumado y bastante consumido ya no suelta prenda y cree tener a todo un pueblo a sus pies y apuntalándole la espalda para no caer del pedestal?
En los actos como de autoendiosamiento, los dictadores y tiranos como los Castro, los Chávez, entre otros, movilizan a los rebaños como si fuese ganado humano para demostrar a los incautos que tienen masivo apoyo popular, dizque popular?
Aquí, en nuestra pobre Guatemala, mal que bien caminamos en el sendero de la democracia con los atributos libertarios sin mucho rebasar lo que es relativo, porque en realidad es relativa la libertad aquí y en todas partes, principiando por la de expresión de los periodistas y demás ciudadanos, que es la que impulsa y fortalece a las demás libertades de la sociedad.
Pero no nos apartemos del camino. Retomémoslo luego de la digresión muy natural, muy lógica, casi obligada, que hemos hecho.
Los primeros ruidos del jaleo electoral que se efectuará dentro de dos años y pico ya se están escuchando; más, afortunadamente, aún no hay insoportable cacareo generalizado. íšnicamente nos golpean los tímpanos las ventradas demagógicas de unos ambiciosos de mando y medro que virtualmente ya todos conocemos y que podemos rechazarlos con patriótica decisión a la hora de la hora?
En nuestro país deberíamos tener sólo dos o tres grupos organizados en el partidismo, no más. ¡Bastan y sobran dos o tres!, no el racimo de politiqueros politiquientos que, alharaqueando, se mantienen ofreciendo el oro y el moro a un pueblo que ya les será difícil, muy difícil, tomarle el pelo, pues se supone que ya ha llegado o estará llegando a la madurez respecto del civismo.