El crucifijo


Los tiempos cambian, definitivamente.  Hace años, por ejemplo, nunca me hubiera imaginado que alguien, ni peregrinamente, pusiera en tela de juicio el sí­mbolo de la Cruz.  Es cierto que ya habí­a estudiado en teologí­a (Historia de la Iglesia) un capí­tulo dedicado a la crisis iconoclasta del siglo VIII, pero ni por asomo hubiera sospechado que un Cristo crucificado en un aula de estudios darí­a tantos quebraderos de cabeza como los que ha ocasionado en Italia en dí­as recientes.  Veamos de qué se trata. 

Eduardo Blandón

Resulta que la Corte de Estrasburgo condenó recientemente al Estado italiano a pagar 5 mil euros a Soile Lautsi, italiana de origen finlandés, que pidió en 2002 al instituto público Vittorino da Feltre, de Abano Terme (Padua), donde estudiaban sus dos hijos, retirarán los crucifijos del aula, por ocasionar daños morales.  «El crucifijo tiene detrás muchí­simos significados negativos, a partir de la discriminación de las mujeres y los homosexuales», declaró Lautsi en 2002.

           

El tribunal europeo ha dado la razón a la italiana y declarado que la cruz en el aula viola la libertad religiosa y agregó enfáticamente que «la Corte no comprende cómo la exposición del crucifijo puede servir al pluralismo educativo, esencial para la conservación de una sociedad democrática». 

 

Las reacciones no se han hecho esperar.  Entre todas, sin embargo, tres me han llamado la atención.  La primera es la del Ministro de Relaciones Exteriores italiano, Franco Frattini que ha dicho que la Corte Estrasburgo ha dado «un golpe mortal a Europa».  La segunda es la de la Ministra de Educación también de Italia, Mariastella Gelmini, que declaró que «el crucifijo forma parte de la tradición italiana».  Y por último, la de Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, que afirmó que la sentencia del tribunal le causó «estupor» y «amargura».

 

Recientemente, el 8 de noviembre de este año, se publicó una encuesta en la que el 84 por ciento de los italianos se mostraron favorables a la exposición del crucifijo en las clases.  Pero, al mismo tiempo, un 14 por ciento son de opinión contraria.  Creo que aunque el número de los crí­ticos es aparentemente menor, no deja de llamar la atención el rechazo a la Cruz.

 

Como decí­a al inicio, nunca creí­ que el sí­mbolo cristiano por antonomasia fuera  a tener tantos adversarios y ser tan popular.  Aún conservo en mi álbum de fotos, una en la que salgo con un crucifijo que me cuelga en todo el pecho cuando hice mi primera comunión a los 6 años como alumno de una escuela dominicana.  En mi casa siempre hubo crucifijos por todas partes: en el comedor, la cocina y, por supuesto, en las habitaciones.  El crucifijo no era sólo un objeto cuasi milagroso que protegí­a contra el mal, sino un recordatorio al proyecto de bondad al que debí­a uno aspirar.

 

El crucifijo era tan sacro que los cristianos nos escandalizábamos cuando se mal utilizaba en la esfera pública: todos nos acordamos, por ejemplo, del crucifijo en el pecho de Madonna o en la escena erótica del Exorcista que nos poní­a los pelos de punta y nos indignaba a morir.  Pero, como decí­a, las cosas han cambiado y el crucifijo está llamado, por lo visto, a desaparecer del ámbito público y recluirse en el privado.  Así­ cambia la historia, a menos que no nos resignemos a esa condena.