«Porque la vida, la vida misma, es todo un canto», escribió
Horacio Guarany
Es ahí dentro donde sin duda empiezan las revoluciones: muy dentro de cada individuo; en ese encuentro íntimo y sensible con el arte. Encuentro que aunque es un derecho inherente no llega a concretizarse por los diferentes mecanismos de control social y emocional que ejerce el contexto.
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La música es una de las formas más sensibles de la expresión humana y posee sin lugar a duda, un vínculo inexorable e íntimo con las personas y por ende, con las sociedades; condición que genera que los mecanismos de control irrumpan frenéticos en ella, supeditándola al monótono consumo («comprender menos y consumir más»).
Ese control, que el sistema ejerce sobre la música, no sólo pone límites para sí misma, sino para quienes buscan en ella otra verdad.
«Â¿Qué tipo de armonía se debe usar para hacer, la canción de este barco con hombres de poca niñez…?», preguntó Silvio Rodríguez a sus compañeros de música. Pero él sabía que los límites para la creación son impuestos por factores externos y nada tienen que ver con esa sensibilidad necesaria para hacer valer ese derecho.
De tal cuenta, la influencia de la música en un individuo no debe ser calculada de forma exclusiva, pues en la medida que esta genere efectos en el ser, éste transformará la sociedad; razón por la que el sistema decide (por medio de las estructuras capitalistas) cuál es la música capaz de ser consumida por la «masa». Mientras ésta construya percepciones en el ser social, tendrá también repercusión en su entorno. ¿Qué sucedería si cada individuo pudiera entender el carácter de emancipación de la música? A eso se anticipa el sistema.
Para la psicología, el juego es una actividad fundamental en la infancia del ser humano; y éste puede ser fácilmente comparado con la actividad receptora de la música, pues por simple que parezca, escucharla no es un proceso pasivo; implica una acción, voluntad, impulso, ánimo… y es ahí donde parte la transformación simple de la pasividad, hacia la voluntad y la actividad humana.
A lo largo de la historia, la música ha ido convirtiéndose en una necesidad de generación de una realidad distinta a la establecida: el arte es una contraposición a la función utilitaria, es decir, que no es creado para lo útil, adquiriendo alto valor subjetivo precisamente por ser «inútil»; en ese aspecto se puede comprender más su carácter liberador y revolucionario.
La esencia de la música no sólo crea un mundo sustitutivo o de ensoñación (como lo hacen parecer los apáticos capitalistas que sólo la conciben dentro del mercado); sino es un espejo en el que al vernos, podríamos alcanzar su comprensión y con esta, la unificación de la vida y el arte para generar la liberación, la praxis de pensar el «mundo productivo» como lo innecesario, poco serio y falso.
«Porque la vida, la vida misma, es todo un canto», escribió Horacio Guarany, retomando esa posibilidad comparativa y sensible de ambos derechos: la vida y la música.
Ella, por medio de su esencia utópica, crítica y liberadora, y de su posibilidad de penetrar cualquier orden de la vida social y humana, nos ofrece ampliar nuestra capacidad de transformación de la sociedad. Entonces, defender la música como un destino, como una certeza; como Benedetti lo hizo con la alegría. Disfruten la siguiente canción.