Ferdinando Velasco, un joven ecuatoriano de 20 años, había tratado de ser feliz a través de complejos estudios y prácticas extrañas, pero el resultado había sido decepcionante.
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Después, se introdujo en el peligroso mundo de los vicios y los placeres malsanos; eso le causaba alguna satisfacción, pero se dio cuenta de que sólo era en forma momentánea y engañosa.
Así, continuó su vida, siempre buscando la medicina que aliviara su desesperante amargura; pero en cierta ocasión, descubrió casualmente, aquello por lo cual habría dado todo.
Realizó un acto bondadoso, y ése fue el primer paso en una ruta de amor y felicidad, porque no hay nadie más feliz que aquel que busca hacer dichosos a sus hermanos.
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