Arturo Arias
Como indiqué en mi último libro, a partir de 1990, las fuerzas globalizadoras impactaron Centroamérica de manera marcada, introduciendo un nuevo modelo transnacional de economía y sociedad. El proceso globalizador desde luego no era unidireccional. Era un movimiento dialógico que tensionaba las prácticas locales, nacionales y globales, en las cuales la resistencia y/o modificaciones provenían de la misma heterogeneidad que marcaba las condiciones locales. Sin embargo, la debilidad innata de las economías centroamericanas, constreñida aun más por una década de guerras civiles, facilitó imposiciones externas que modificaron también las maneras por medio de las cuales se producían y circulaban las culturas locales. Quizás lo más evidente fue la aparición de mercados literarios regionales que ya no se conformaban a los viejos modelos nacionales, a la vez que estos últimos desaparecieron con una rapidez asombrosa.
La Editorial Nueva Nicaragua, creada por los sandinistas, se privatizó y pronto cambió de nombre. La Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), creada en 1968 por los Consejos Superiores de las universidades nacionales del istmo, se privatizó a su vez y cambió su orientación. Las escasas editoriales universitarias nacionales que sobrevivieron, apenas si pudieron mantener un fragmento de su anterior producción, lo cual las expuso a presiones indebidas por parte de las nuevas autoridades universitarias, llevándolas a trabajar con austeridad inaudita, cuando no se apoyaron en políticas neoliberales. El mercado del libro pasó a ser controlado casi en su totalidad por transnacionales españolas, las cuales a su vez formaban parte de corporaciones aún mayores de origen alemán o americano, como lo ha indicado Jill Robbins. Este patrón se convirtió en la nueva regla de juego, cediéndole apenas un mínimo espacio a pequeñísimas editoriales privadas que irrumpieron a su vez en el mercado del libro a lo largo de esta década.
La falacia de mantener desde una perspectiva de izquierda el aura del letrado hablando por el sujeto subalterno en una edad post-aurática, ha sido ya problematizada suficientemente por Beverley, Moreiras y Avelar, entre otros, ya que dicha concepción no tomaba en cuenta la diferencia colonial de la cual hablan Dussel y Mignolo. Sin embargo, existirían otras posibilidades para problematizar la narrativa centroamericana de posguerra. Una de ellas podría ser la de contemplarla dentro de amplios marcos tales como la lógica de la «colonialidad del poder» propuesta por Aníbal Quijano, y luego desarrollada por Walter Mignolo y Enrique, Dussel entre otros. De aquí entonces, que el pos de la literatura de la posguerra centroamericana deba también recontextualizarse dentro de marcos epistémicos más amplios que contemplen lecturas profundas sobre el significado del presente periodo neoliberal y por consiguiente, sobre el significado de sus enunciaciones culturales.
Otra posibilidad sería la de considerar el período de la posguerra como una especie de luto fracasado por su incapacidad de asimilar el objeto perdido. Si Derrida asocia el luto exitoso al historicismo, la narrativa centroamericana de posguerra parecería ilustrar la imposibilidad de traducir la historia colonializada y la memoria subalternizada por el pensamiento eurocéntrico en una forma coherente y reconocible. La voluntad de muchos de los textos de la posguerra centroamericana de no mostrar ninguna consecuencia de la misma, o bien de pretender que nunca sucedió, es indicadora del rechazo ético a asimilar el pasado, asimilar a los muertos, asimilar la derrota política, dentro de una narrativa histórica coherente y explicativa. Concederle a los sujetos caídos en las guerras un sentido de pertenencia y una forma reconocible que los transformara en presencia simbólica dentro del horizonte identitario les otorgaría una presencia valedera como sujetos, a pesar de su no-existencia física en tanto que ciudadanos vivos. Esto último les brindaría una presencia memorializada, en el sentido de las víctimas del holocausto judío, elemento que contribuiría a su preservación en tanto que proceso explicativo de un presente y un futuro centroamericanos, cuando no centroamericanistas. Si embargo, esto último no es el caso. Si los ejércitos nacionales desaparecieron a cientos de miles de sujetos-ciudadanos físicamente, la literatura centroamericana de posguerra los desaparece de los imaginarios sociales al cuestionar la legitimidad de su sacrificio con el gesto invisibilizante, descendiendo así a posicionamientos post-nacionales que evaden la responsabilidad ética para elaborar el futuro a partir de la problematización crítica del pasado. Más bien parecería que el cambio de período histórico significo el interés por insertarse en el mercado globalizado del libro al costo que fuera, sacrificando los principios éticos que marcaron la «presencia moral» del escritor en el período guerrillerista, frase empleada por Asturias para definir el papel simbólico del escritor en las sociedades periféricas, y retomada como definitoria por la llamada «generación comprometida» de El Salvador.
En este trabajo intentaremos examinar estas representaciones problematizando las últimas novelas del escritor Sergio Ramírez, antes de hacer un balance sintético de la producción de los nuevos escritores centroamericanos surgidos durante el período de la posguerra. Entendemos, desde luego, que esta no es una crítica al individuo llamado «Sergio Ramírez» quien se encuentra fuera del texto y lo precede, problematizando los flujos normalizantes y las resistencias reactivas, sino más bien a los mecanismos que delimitan las condiciones de posibilidad de cierto tipo de textos por encima de otros, o bien a los mecanismos editoriales que hacen que circulen ciertos modelos escriturales por encima de otros en espacios transnacionales. Las presentes condiciones de circulación comercial de textos literarios por medio de corporaciones transnacionales que intentan pre-envasar los mismos para mejor ubicarlos en los espacios de consumo equiparables, le resta poder de gestión a la existencia individual del letrado, quien pasa a convertirse tan solo en un nombre de marca que garantice la calidad del producto consumido. El sujeto escritor, el hombre de carne y hueso llamado Sergio Ramírez en este caso, desaparece en estas condiciones, atenuándose cualquier significación que pudo tener como letrado/ideólogo que marcó sus textos como modos singulares de pensar, o bien como metodología sui generis de estilos transgresivos cuya significación podría encontrarse en lo social, y cuya discursividad fuera capaz de hacer girar todo un modo de pensar colectivo en el espacio público social. En el contexto presente, la función autorial queda limitada a designar un producto de consumo masivo intercambiable con cualquier otro, y como cualquier otro.
Como ya indicamos en Taking Their Word, en la región centroamericana una de las consecuencias colaterales de las fuerzas globalizadoras fue la creación de mercados literarios regionales dominados por corporaciones editoriales globalizadas que rompieron los viejos esquemas nacionales de producción cultural. Su irrupción desplazó la posibilidad de circular localismos imaginarios como dimensión de la literariedad. La dimensión global de las editoriales que coparon el mercado regional subrayó la necesidad de disciplinar las memorias o adherencias afectivas que caracterizan las subjetividades locales dentro de un espacio translocal, en el cual lo territorial es ordenado, normativizado y reproducido como legible dentro de los espacios regulados por el nuevo orden transnacional.
Como resultado de lo anterior, ese papel transgresivo que jugó la textualidad durante el período guerrillerista ha cedido lugar a una producción que se amolda más a los parámetros del entretenimiento transnacional. En estas narrativas es posible observar cómo los sujetos otrora enraizados en representaciones simbólicas locales reciclan ahora su memoria cultural para reconfigurar identidades translocales. Como ya señaló Abril Trigo, los espacios afectivos conducen a una «memoria emocional,» fenómeno que forma parte del proceso de constitución de la imaginación social. Es no sólo una reconstitución de la memoria y del deseo, sino una vía multidireccional para articular respuestas reflexivas acerca de los acontecimientos del presente, a manera de construir un ethos alternativo. Lo anterior es importante si consideramos que, actualmente, la mayor parte de la producción literaria centroamericana se da fuera de sus topografías regionales. Si la articulación de la memoria por medio de los elementos imaginario-simbólicos que conllevan a la escritura cumplió una función particular que enfocaba el espacio de lo nacional en el período anterior, en el período translocal iniciado con la combinación del fenómeno globalizador y la posguerra centroamericana, el espacio ya no aparece como fijo, confinado dentro de parámetros nacionales, sino más bien como una serie de paisajes o topografías apiladas en la memoria del sujeto que cumple la función narrativa. Las fronteras ya no denotan la caída al vacío no-nacional, sino la entrada a nuevos espacios etnoterritoriales que dinamiza la transformación del sujeto de la narración de uno nacional enclavado en la modernidad a uno transnacional que se reimagina a sí mismo interpretando el papel de sujeto post-nacional.