Mi padre, el polifacético


Barrios Peña, durante un homenaje en la Universidad de San Carlos.

Jaime Barrios Carrillo

Un recuerdo indeleble de mi infancia son las estampas e ilustraciones de obras de Miguel Angel Bounarotti y Leonardo Da Vinci, que colgaban en el cuarto de trabajo de mi padre. í‰l siempre fue un admirador del Renacimiento y llegó a mentalizar tanto los rasgos de variación de los renacentistas, que podí­an ser pintores, escultores, matemáticos e inventores a la vez, que él mismo durante su vida fue un hombre polifacético. Hoy, dos semanas después de su muerte, quiero recordarlo en tal sentido para, de alguna manera, retratarlo, haciendo una apretada sí­ntesis biográfica de sus múltiples facetas: el psicólogo, el académico, el escritor, el filósofo, el artista y en última instancia el poeta de la vida que fue mi padre, Jaime Barrios Peña.


Un dibujo que le hicieran en la década de los 70.Barrios Peña junto a Fernando Botero.Congreso de escritores en Colombia, en 1968, donde se ve a Jaime Barrios Peña a la izquierda, junto a Miguel Asturias, Pablo Neruda, Ernesto Sábato y otros escritores de renombre.

Nació el 20 de agosto de 1921 en una época en que el campo y la ciudad todaví­a tení­an lí­mites difusos: tranví­as jalados por burros, carretas de bueyes, algunos cientos de automóviles y el humo de dos o tres fábricas a lo lejos. La flamante capital de Guatemala con sus complejos de metrópoli y los rasgos de aldea.

Mi padre quedó huérfano a los 12 años y esta tragedia temprana marcó, sin duda, su vida, desde entonces tuvo una comprensión superlativa del dolor y desarrolló una enorme capacidad de empatí­a, que se cristalizó después en su labor como terapeuta y como pedagogo.

Primero que todo, fue Jaime Barrios Peña un maestro, en el sentido más guatemalteco posible: un huifa. Graduado de la Normal, perteneció a la promoción insigne de Julio Piedrasanta, Jaime Barrios Archila, Francisco López Urzúa, Ernesto Ponce Saravia, Amí­lcar Echeverrí­a, Alfonso Enrique Barrientos y otros rutilantes nombres.

Ya graduado de maestro, comenzó a trabajar en la Escuela Normal y participó activamente en las gestas revolucionarias de 1944, cuando los normalista desempeñaron un papel iniciador de lo que se convirtió después en la Revolución del 20 de Octubre.

Arévalo, siendo presidente, lo envió con una beca a estudiar a México, donde culminó con el Premio Cum Laude la carrera de Doctor en Filosofí­a y Maestro en Psicologí­a en la Universidad Autónoma de México, UNAM. Durante sus años en México desarrolló una labor cultural y académica muy intensa, estableciendo amistad con figuras como Frida Kahlo, Rivera, Efraí­n Huerta, Fausto Terrazas, Leopoldo Zea, Elí­ de Gortari, Ernesto Cardenal, Tito Monterroso, Otto Raúl González y muchos otros. Fue también catedrático de la UNAM.

Pudo él haber permanecido en México, paí­s en el cual se habí­a abierto camino exitosamente como profesional y académico, pero el afán de contribuir a la nueva sociedad que se creaba con la Revolución de Octubre, lo devolvieron a Guatemala. Fue nombrado director del Reformatorio o cárcel de menores, el cual transformó totalmente aplicando métodos de rehabilitación desconocidos entonces en Guatemala. Producto de esa fructí­fera experiencia fue su libro «Trasgresión y reeducación».

No deben pasarse por alto sus aportes en el campo de la psicologí­a clí­nica, la cual junto a Fernando De León Porras, introdujo a Guatemala. De esa época data su libro «Psicologí­a de la Incertidumbre», publicado y comentado por el legendario editor catalán Bartolomé Costa Amic. Esta obra se convirtió pronto en un obligado libro de consulta en América Latina sobre el tema de la identidad, la personalidad y los problemas existenciales.

Otro capí­tulo importante en su perfil de psicólogo fue su trabajo en el Instituto Criminológico de Guatemala y la aplicación con métodos terapéuticos y de rehabilitación con presos adultos.

Un hito importante en su carrera es la fundación, junto a su amigo el psiquiatra César Meza, de la Liga de Higiene Mental de Guatemala, de la cual fue su primer presidente y cuya biblioteca lleva su nombre. Su labor en la Liga siempre lo consideró dentro de sus mayores esfuerzos en la construcción de una sociedad más sana y más justa y en Liga tuvo la colaboración de amigos y colegas queridí­simos como í“scar Maldonado y la trabajadora Social Julia Estela Maldonado.

En el campo académico creó la primera prueba proyectiva nacional, publicada y usada por la Usac, en el campo de orientación profesional universitaria. Laboró también en el Instituto de Bienestar Estudiantil de la San Carlos, por donde pasaron miles de estudiantes haciendo las pruebas psicológicas de orientación.

Aparte de la psicologí­a tuvo un gran interés por la estética y junto al arquitecto Roberto Aycinena, fue fundador de la Facultad de Arquitectura de la Usac, donde tuvo alumnos que con el tiempo pasaron a ser sus amigos, como el entrañable Luis Diaz, Elmar René Rojas, Magda Eunice Sánchez, Rodolfo Portillo y otros. Motivado por la obra pictórica de algunos de ellos y de otros artistas guatemaltecos, escribió su libro «Herederos del espí­ritu de Kukullkán».

Como filósofo, centró primero su interés en la reflexión sobre la persona humana, lo que lo llevó más tarde a la cuestión de la persona latinoamericana y al lanzamiento de un doctrina propia que llamó «Antropocinética», que trata del ser latinoamericano en su devenir histórico, contemplado desde la perspectiva del arte y la condición del mestizaje. La Antropocinética combina las diversas disciplinas que Jaime Barrios Peña dominaba: psicologí­a, psicoanálisis, filosofí­a, antropologí­a y estética. Publicó una trilogí­a sobre la misma.

Mi padre alcanzó a escribir más de 20 libros y docenas de artí­culos durante su larga y productiva vida de 88 años. Repito que fue un hombre de muchas facetas, humanista, diplomático, psicólogo, psicoanalista experto en Lacan, gran orador, crí­tico de arte catedrático de la Usac, Unam, Universidad de Bogotá y Nacional de Colombia. Sus años en Suecia los utilizó, entre otras actividades, al trabajo de reactivación de personas de la tercera edad.

Un gran cerebro guatemalteco dejó de funcionar el pasado 31 de octubre en Estocolmo. También ha cesado de palpitar un gran corazón, porque mi padre fue un hombre afable, cortés, buen amigo y para mí­, sobre todo, fue un gran padre, al cual con orgullo y profundo sentimiento digo ahora adiós.

Jaime Barrios Peña, filósofo


Constanino Láscaris*

En mi opinión, Guatemala ofrece una trilogí­a de filósofos muy destacados en nuestro tiempo. Recaséns Siches, Arévalo Bermejo y Barrios Peña, por sus libros son de talla continental.

Buen orador y expositor, Jaime Barrios Peña es ante todo un filósofo: el planteamiento universal de los problemas. Hombre cortés, de gestos expresivos, poseedor de la hidalguí­a vivida, se ha mostrado siempre preocupado por los seres humanos concretos. La Filosofí­a de la Persona no es una mera abstracción, sino la dimensión fecunda para auscultar el futuro de los pueblos latinoamericanos.

Barrios Peña es de orientación dialéctica hegelianqa, fue miembro fundador en México del Cí­rculo de Amigos de la Filosofí­a Crí­tica, bajo la influencia de Gaos y Nicol, compañero de Elí­ de Gortari, Fausto Terrazas, Guerra y otros hegelianos. Su formación filosófica y su preocupación polí­tico-jurí­dica lo han llevado a la cuestión del tema de la Persona: las vinculaciones históricas de la Persona Latinoamericana le han exigido reiteradas reflexiones sobre los medios de superar el paternalismo para salir de la situación de subdesarrollo.

En una bibliografí­a que preparé, encontré diecinueve tí­tulos de estudios de Jaime Barrios Peña, sin contar los artí­culos menores publicados entre 1949 y 1965, de temas psicológicos o de educación derivados de la Psicologí­a. Desde esta fecha hasta hoy una creciente preocupación en le reflexión sobre la problemática latinoamericana, desde la perspectiva de la Antropologí­a Filosófica, ya sea la fundamentación de la Psicologí­a Profunda o los aportes del existencialismo y los Valores, todo ello para fundamentar una «Antropocinética» o visión dinámica del ser humano.

* Constantino Láscaris, Doctor en Filosofí­a, (1924-1979) director fundador de la Escuela de Filosofí­a de la Universidad de Costa Rica. Este artí­culo fue publicado en el diario La Nación de Costa Rica el 19 de enero de 1977 y ampliado después en el libro de Láscaris «Historia de las ideas en Centroamérica» (Educa).

Somos viejos y seguimos naciendo


Chirstina Lind Brodén*

Reconstruir una red social cuando uno es ya viejo es muy difí­cil. Con la ayuda de Jaime Barrios Peña esto se ha facilitado para muchos latinoamericanos de la tercera edad.

Comenzó con un grupo de reactivación a partir de la cerámica, en ese entonces Jaime me presentó el proyecto de la siguiente manera: «la soledad es una enfermedad, crear con las manos y con la fantasí­a puede ayudar a contrarrestar la ansiedad y la nostalgia». Y en efecto después de 10 años de actividad constante, dos veces por semana, hemos visto el resultado. La actividad del grupo de cerámica y cultura de Jaime Barrios Peña ha destacado en el ámbito nacional de Suecia como fuente de inspiración para el desarrollo de la sociedad multicultural sueca. El grupo hizo un mural en cerámica que impresionó a la Reina Silvia de Suecia cuando realizó su visita a nuestro sector. Otras personalidades han visitado el trabajo de Jaime Barrios Peña, puedo citar a Madame Mitterand, Sten Andersson y Mina Sahin.

En 1996 fue invitado por la Comunidad Europea a presentar su trabajo y método con personas de la tercera edad. Pero lo más fantástico de todo esto es la importancia y revelancia que cada integrante del grupo de cerámica tiene en la actividad. Con sus conocimientos y calidad humana como profesor, terapeuta y escritor, es Jaime Barrios Peña muy importante para el desarrollo social en Rinkeby, Estocolmo

* Prólogo del libro «Somos viejos y seguimos naciendo» (2001) Jaime Barrios Peña sobre su método de reactivación de personas de la tercera edad por media del arte y la cerámica.

Botero: más allá de las superficies


Jaime Barrios Peña

Botero me conduce de manera directa a la experiencia estética de algo viviente y múltiple, a una dimensión en donde por un movimiento de transposición genera el asombro frente a objetos y realidades saturadas de sentido y cotidianidad. Se trata del hechizo de las superficies en su máxima plenitud y en demanda de ser develadas en sus contenidos ocultos. Como en el mito, el sueño y el jeroglí­fico, la obra plástica de Botero exige desciframiento.

La transposición boterina de los sistemas usuales de planos y combinaciones cromáticas, conducen a zonas («un lugar») donde se esconden de manera persistente significantes primordiales. Botero no se conforma con la percepción directa de los temas, Botero va más allá, acercándose a lo inefable de algo oculto cuyo contenido es el Otro escondido y palpitante, que produce rupturas y contradicciones sensuales que nos obligan a imaginar una necesaria restitución existencial. Botero nos pone, en otras palabras, a imaginar, partiendo de una propuesta que siendo irreal nos conduce a la búsqueda de realidades de tipo ontológico.

Lo trágico y lo cómico se conjugan en la simultaneidad y los rasgos de la condición humana son atrapados en el caracterí­stico mundo del volumen exagerado. Ahí­ desfilan la madre, la amante, los militares, los déspotas, los curas, el bohemio y también todos aquellos personajes simples que pueblan el mundo y que adquieren voz en la presencia impactante de las pinturas de Botero.

En cuanto a la parte escultórica de la obra de Fernando Botero, encuentro que el artista opta por un mundo simbólico que rebasa la realidad concreta a través de formas voluminosas que contrastan con un mundo sumergido y esencial del ser humano: el eslabón que enlaza la vida y la muerte. Para ello acude a la esfera y su articulación con el huevo generador. Esto se repite en cada figura humana, en cada animal y en cada objeto representado, con fondos que también se dilatan, no hacia realidades empí­ricas sino a composiciones que atrapan a la criatura humana y sus formas mentales, sociales, y las fí­sicas.

Agreguemos que Botero en su acto creador, penetra en la dimensión metafí­sica a través de metáforas articuladas al volumen y la dilatación, consiguiendo un discurso plástico de suprema poesí­a.