Irak, el mundo de Scherezada Parte Final


Al estallido de la Gran Guerra, Thomas Edward Lawrence, intentó alistarse y fue rechazado, nadie pensarí­a que ese tí­mido personaje fuera despreciado por el Army Medical Board. Aquel erudito graduado de Oxford iba a entrar años más tarde a Damasco a la cabeza del victorioso ejército árabe y que habrí­a rechazado la dignidad de caballero, el grado de General y la Cruz Victoria.

Doctor Mario Castejón
castejon1936@hotmail.com

La rebelión de Hussein Ibn Alí­ y su primogénito Hassan contra los jóvenes turcos del Comité Unidad y Progreso que avasallaban a las tribus árabes fue encabezada por Feisal, el tercero de los hijos de Hussein, hombre de valor temerario que con Lawrence dirigí­a a la cabeza los ataques. Siendo cristiano, acompañando a sus seguidores árabes, volví­a con Feisal la cara a La Meca cinco veces al dí­a y escuchaba con los ojos cerrados las preces que ambos repetí­an: Allah-U-Akbar… ?Alabado sea Alá.

A principios de 1916 el gran Jerife Hussein mandó emisarios a todas las tribus de Arabia para que estuviesen preparadas y el 9 de junio dio la señal y la revuelta principió. Allí­ surgió Lawrence, cuando Hussein apeló a los aliados y acompañó a Storrs por el Mar Rojo para unirse a Feisal. Fijó las tácticas de guerra rechazando las tradicionales normas del Mariscal Foch con su aforismo de que el objetivo de la guerra moderna es localizar al enemigo y aniquilarlo. Adoptó las tácticas de los beduinos absorbidas de Aní­bal, cazando al acecho a su enemigo. Desde su primera victoria cabalgó a la izquierda de Feisal con su vestiduras blancas como un profeta resucitado, habí­a reunido tras de sí­ a unos cien mil hombres. Su objetivo fue Akaba y durante seis semanas se mantuvieron a pan ácimo y tragos de agua atravesando el desierto y apareciendo como el viento de la nada; sus conocimientos sobre explosivos para la voladura de trenes fueron tan amplios como su saber arqueológico. Habí­a hecho de la voladura de trenes el deporte nacional de Arabia.

Decí­a un analista de cara a la historia, que si la Gran Bretaña y Estados Unidos encontraran a un hombre así­ para unir y conducir con prestigio el esfuerzo árabe contra el terrorismo, la guerra cambiarí­a de forma espectacular. Por supuesto repetí­a que esto no es más que una idea loca a la vista de las actuales circunstancias.

Sin protagonismos Lawrence ganó el respeto de árabes y europeos con enorme sencillez y gran modestia siendo leal a sus amigos. Al declinar el tí­tulo de Caballero expresó sonriendo que si lo aceptara su sastre le doblarí­a la factura y cuando iba a ser condecorado por Allenby con la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén huyó al desierto para no verse comprometido.

Una cosa dijo una vez que deseaba fervientemente: tener un Rolls Royce con gasolina suficiente para toda la vida. Usó uno, llamado Blue Mist durante sus raids de destrucción de ferrocarriles en Damasco, el cual devolvió al marcharse. Cuando aceptó la Legión de Honor expresó a alguien que le comprometí­a, pues cuando los aliados tuvieran asegurada la victoria no cumplirí­an sus obligaciones con los árabes y presentí­a que los franceses no saldrí­an de Siria ni de Damasco. El único honor que aceptó fue el de Agregado de All Souls en Oxford que decí­a sonriendo que requerí­a para serlo tres condiciones: vestir bien, ser experto en conversaciones breves y un buen catador de vinos; terminaba diciendo: mis vestidos son una ruina, como conversador soy incapaz y nunca bebo.

Resultado de su labor fue traer al mundo tres nuevos estados árabes: el Reino de Hedjaz, Transjordania y el de Irak en La Mesopotamia; éste último se iba a convertir en la pesadilla del mundo occidental un siglo más tarde.

Retirado y decepcionado por la falta de cumplimiento de las promesas hechas a los árabes se refugió en Inglaterra y tripulando su motocicleta con la que recorrí­a 500 kilómetros cada dí­a, antes de las ocho de la mañana del lunes 13 de mayo de 1935 sufrió un accidente en un camino de grava en Dorset. Murió seis dí­as después sin recuperar la conciencia, su espí­ritu decí­an los viejos árabes, sigue siendo transportado por las arenas del desierto repitiendo los versos de Mutanabbi.

Para terminar, me despertó el ruido del aguacero golpeando la lámina de zinc en mi vieja casa de la Bahí­a de Santo Tomás, en donde los inviernos son torrenciales. Me habí­a quedado dormido frente al televisor con las noticias de la guerra en Irak. Allí­ frente a la pantalla continuaba apareciendo lo que estaba sucediendo en ese convulso extremo del mundo. Muerto Saddam Hussein, el heredero del Califa Harun El Raschid, el terrorismo en Irak ha dejado lugar a una nueva pesadilla: Al Qaeda y El Talibán desafiando a los Imperios de Occidente en Afganistán.

NOTA:

Murió el Dr. Arturo Iturbide Collino, un buen hombre y un médico distinguido. Para su esposa Syra y sus hermanos, particularmente nuestro querido Freddy, la solidaridad de los Castejón Quiñones.