Afganistán cae ví­ctima de la gripe H1N1


Unos hombres afganos caminan por las calles de Kabul, con las precauciones para no adquirir la gripe H1N1. FOTO LA HORA: AFP MASSOUD HOSSAINI

Después de 30 años de invasión extranjera y guerra civil, y mientras la pobreza y el desempleo minan a la mayorí­a de la población, Afganistán se ve azotado desde hace dos semanas por un nuevo flagelo: el de la gripe H1N1.


A principios de mayo, la dirección del Zoo de Kabul decidió poner en cuarentena al único cerdo del paí­s para calmar así­ la preocupación de los visitantes, que temí­an un posible contagio de la llamada gripe porcina.

Ese gesto no fue suficiente y, pocos meses después, a finales de octubre, las autoridades afganas informaron del primer caso mortal en el paí­s provocado por el virus H1N1: un ingeniero de Kabul que trabajaba para una empresa de construcción.

A ese primer fallecimiento le han seguido otros diez, todos ciudadanos afganos, y 780 casos de contagio, entre ellos soldados de las fuerzas internacionales, según el ministerio de Sanidad.

Ante esta situación, Afganistán ha solicitado 11 millones de vacunas a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sin haber recibido por el momento ni una sola.

La psicosis se ha extendido tanto entre los afganos que cada vez son más los que llevan máscaras azules y se niegan a darse la mano entre ellos para evitar cualquier posible contagio.

«La semana pasada no me sentí­a bien y me dejé llevar por el miedo. Fui al hospital para hacerme análisis. Gracias a Dios, el resultado fue negativo, pero de todas formas me quedaré en casa varias dí­as», cuenta Abdul Shukur, un taxista de Kabul.

«Por mi trabajo, yo estoy más expuesto a la gripe que nadie; tengo miedo», confiesa.

El miedo a la gripe H1N1 es irracional entre una población acostumbrada, sin embargo, a vivir con fatalismo ante los atentados suicidas de los talibanes, los errores de las fuerzas internacionales y la corrupción endémica.

«Estoy tan preocupada por las noticias sobre la gripe que he prohibido a mis seis hijos pequeños salir de casa. Los tengo encerrados», dice Hajira, un ama de casa de la capital afgana.

El 1 de noviembre, Afganistán anunció el cierre de todas las escuelas durante tres semanas para impedir la propagación de la gripe H1N1. La medida ha afectado a unos siete millones de alumnos.

El ministro de Sanidad, Mohammad Amin Fatemi, llamó ese mismo dí­a personalmente al presidente afgano, Hamid Karzai, para aconsejarle que no diera la mano a los visitantes.

«Hay quien la llama gripe porcina y otros gripe polí­tica… De todas formas, me da miedo», dice Bahram Sarwary, un comerciante de un mercado de Kabul que ironiza sobre los rumores de que el anuncio de los primeros casos de gripe fue uno de los tantos golpes bajos de la campaña presidencial afgana.

Tras una desastrosa primera vuelta, el 20 de agosto, marcada por masivos fraudes en favor de Karzai, el presidente saliente cedió a la presión internacional y aceptó la celebración de una segunda ronda, que tendrí­a que haberse celebrado el 7 de noviembre.

Pero la retirada de su rival, el opositor ex ministro de Relaciones Exteriores, Abdulá Abdulá, antes de que tuviera lugar la votación, conllevó la reelección de Karzai por otros cinco años más.

Ciertos afganos incluso piensan que el cierre forzoso de los colegios sólo tiene por objeto impedir que los estudiantes se reúnan y se manifiesten en favor de la oposición.

Esta acusación, sin embargo, es desechada por el ministro de Sanidad, que incluso amenaza con «llevar ante la justicia a quienes difundan ese tipo de rumores, que ponen en peligro la vida» de los afganos.