LA íšLTIMA CANCIí“N


Todas las noches, Agustí­n Madariaga tomaba su querida guitarra y comenzaba a arrancar de ella tristes melodí­as que hací­an juego con el dolor de su corazón herido.

César Guzmán
cesarguzman@yahoo.com

En esos sonidos, se mezclaban la sublimidad del sentimiento y el poder de la música y su voz.

Pero, repentinamente, se dejaron de escuchar esas maravillosas notas.

Algo terrible tendrí­a que haber sucedido…

Nadie supo que Agustí­n habí­a vendido su único instrumento, para aliviar el dolor de su anciana madre enferma.

Y al dar lo que más amaba, recibió el doble en felicidad.

LOS SACRIFICIOS SON EL SELLO DEL AUTí‰NTICO AMOR.