La reacción de la Conferencia Episcopal ante la promulgación del reglamento de la ley de Salud Reproductiva era de esperarse porque refleja la postura de la Iglesia Católica sobre ese tema, pero desde luego genera controversia porque aun entre los mismos fieles hay discrepancias en cuanto a la forma en que debe abordarse el asunto, especialmente con relación a los métodos de la planificación familiar y el uso de anticonceptivos que es absolutamente prohibido por la Iglesia.
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Conversando con una de mis hijas esta mañana, me decía que para ella la educación sexual de sus hijos es tema de absoluta competencia de la familia y que no le parece que el Estado intervenga en la cuestión. Y tiene razón desde su perspectiva, pero hay que entender que no todas las familias en Guatemala tienen la formación ni el interés para asumir ese papel formativo. Sucede que muchas veces juzgamos las cosas desde el punto de vista privilegiado en que estamos y no nos detenemos a pensar en lo que ocurre en términos más generales en un país donde abunda la falta de preparación y donde tampoco prevalece un absoluto sentido de familia.
Por supuesto que la formación sexual de los niños es un asunto delicado que debiera ser tratado con más seriedad de uno y otro lado, pero lo que se ve es una absoluta polarización entre quienes parecieran más interesados en darle un sopapo a la religión y los que se aferran a dogmas que resultan en verdad insostenibles a la luz de la realidad. Un punto medio, maduro y sensato, es lo que hace falta pero ni las agrupaciones feministas que han impulsado la normativa ni los jerarcas de la Iglesia están dispuestos a buscar un justo medio en el que se promueva en verdad la paternidad responsable.
Personalmente yo estoy en contra del aborto, pero no estoy en contra del uso de métodos anticonceptivos que no sean abortivos. Me parece que pregonar que la abstinencia es la única solución es un absurdo que pasa por alto la realidad del mundo entero y lo expresé cuando el Papa condenó el uso de condones en ífrica para contener la epidemia del sida, porque me pareció una postura cerrada, alejada del contexto que se da en la humanidad.
Es una realidad que vivimos en un mundo en el que los niños están sometidos a un tremendo bombardeo sobre sexualidad y no con las mejores intenciones. Idealmente, la familia es el ambiente en el que ese tema se tendría que abordar para una formación adecuada y profunda que se inspire en valores, pero si no existe tal posibilidad porque los miembros de la familia no están en capacidad de hacerlo, por formación, por tiempo o simplemente por interés, debe existir alternativa y la escuela tiene ese papel y función. En general, uno esperaría que la formación en valores de los niños y jóvenes fuera tarea de los padres de familia, sobre todo ahora que en colegios y universidades deforman a los educandos con esa prédica del egoísmo neoliberal, pero está visto que no todas las familias tienen la aptitud o el deseo de hacerlo y muchos delegan ese crucial aspecto formativo a los centros de enseñanza.
Desgraciadamente un sano debate, desapasionado y objetivo sobre el tema, me parece absolutamente imposible.