En Nicaragua, durante el período de revolución sandinista, cantábamos una vez por semana el Himno Nacional y el del Frente Sandinista. Todos los lunes, muy disciplinados en el Colegio La Salle de Managua, los estudiantes éramos obligados a honrar la patria para, según los políticos (los religiosos de entonces también lo creían), crecería en nosotros el amor por la Nicaragua sandinista. Pero, ¿lograban estos episodios de fanatismo patrio sus propósitos?
Tengo severas dudas al respecto. Mi apreciación se basa no sólo en el relajo que hacíamos los jóvenes de entonces para cantar unas melodías a todas luces falsas («ya no ruge la voz del cañón», decía el Himno de Nicaragua cuando en verdad había una guerra fratricida entre «contras» y «sandinistas» que estaba acabando con la juventud nicaragí¼ense), y partidistas (¿por qué teníamos que cantar el himno del Frente Sandinista?), sino porque dudo que el amor por el país pase necesariamente por la entonación del Himno Nacional.Â
Todo esto lo traigo a reflexión ahora que en Francia hay un debate sobre la identidad nacional. Resulta que el ministro de Inmigración e Identidad Nacional francés, Eric Besson, ha puesto a pensar al país sobre el significado de ser ciudadano galo. Entre tantas cosas que se debaten hay una que tiene que ver sobre lo que decíamos del Himno Nacional. Los franceses discuten la idea de que los niños de ese país canten al menos una vez al año La Marsellesa.
La idea parece derivarse del escándalo reciente en el que hinchas residentes en París silbaron su himno al inicio de una partida de futbol entre la selección francesa y la de Túnez. Los herederos de la filosofía de las luces están aterrados, mucho, demasiado, al punto que según una encuesta el 70 por ciento de los franceses están de acuerdo en que se cante La Marsellesa en la escuela. No se sabe en qué terminará todo, pero es seguro que los franceses tienen hasta el 31 de enero para compartir sus iluminadas opiniones.
En Guatemala parece que no tenemos un problema a lo francés en virtud de que nosotros somos fanáticos de nuestro Himno Nacional. O al menos eso es lo que parece desprenderse no sólo de la frecuencia con que entonamos el canto patrio: inauguración de eventos, inicio de campeonatos, veladas culturales, graduaciones  y, me imagino, también en los centros educativos, sino también por los aplausos con que emotivamente concluimos la melodía cuasi sagrada. Tanto fervor hace sospechar un amor sin par por el país. ¿Es esto cierto? ¿El Himno Nacional por sí mismo contribuye en la identidad nacional? ¿Ayuda entonar la melodía patria a enamorarse más del país?
Mi opinión es que aún y cuando es legítima la idea de cantar el Himno Nacional (ocasionalmente y no para cualquier evento como sucede, me parece, con nosotros en Guatemala), para contribuir a sentirse ciudadano de una nación son necesarias además otras cosas, la educación por ejemplo. La escuela debe servir como instrumento para crear sentimientos de identificación con el país y crear conciencia del valor de sentirse, como en nuestro caso, guatemaltecos. En esta tarea, además, deben colaborar la familia, los medios de comunicación y la sociedad en general. Entonces, cantar el Himno Nacional (como dice una melodía profana) no basta, porque, de verdad si fuera así nosotros seríamos íconos mundiales en amor patrio y, la verdad, tengo mis reservas al respecto.