Hace pocos meses, cuando un cantante guatemalteco estaba participando en un evento a nivel latinoamericano, impresionó la forma en que los guatemaltecos se involucraron y le dieron enorme cantidad de dinero a una empresa telefónica para respaldar la aspiración del artista. Una muy rara reacción chapina porque en vez de la ancestral indiferencia y descalificación, se optó por la participación solidaria con el sueño de tener a un ídolo nacional.
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Hoy estamos frente a una situación mucho más dramática y que reclama también nuestra participación para salvar la que es, probablemente, la mayor belleza natural de nuestro país y que agoniza por la indiferencia de todos. Atitlán ha sido víctima del comportamiento irracional del hombre y corre el riesgo de convertirse en un asqueroso pantano. No se puede señalar a un culpable de ese desastre ecológico porque el mismo se ha fraguado durante muchos años y en el mismo tienen responsabilidad muchísimos agentes, desde autoridades nacionales a las locales, desde los dueños de terrenos en las proximidades hasta los visitantes que aportaban su grano de basura para acelerar el deterioro y en general todos los que sabiendo que ya en los años setenta se empezaron a prender luces de alerta, no hicimos nada para contener el daño.
Idealmente debiera ser el gobierno el que emprendiera una especie de cruzada nacional que tuviera un doble propósito: salvar al lago de Atitlán del desastre y demostrar que los guatemaltecos nos podemos unir por causas en verdad importantes y aportar de acuerdo a nuestra capacidad. Desafortunadamente no veo liderazgo para ese tipo de cosas en el gobierno, empezando por la torpeza del Vicepresidente que habló de conspiración y minimizó el problema, por lo que a lo mejor hará falta que, como con aquel artista, alguna empresa o algún particular asuma la tarea de convocarnos a todos los guatemaltecos para que nos involucremos de manera decidida en salvar la mayor belleza natural del país.
Pero indudablemente algo tenemos que hacer porque el proceso de deterioro es tremendo y cada día que pasa se hace más difícil revertir el daño. Ya al día de hoy hay problemas demasiado graves que demandarán muchísimo tiempo y millonarias inversiones si es que pretendemos que Atitlán vuelva a ser lo que fue, pero lo peor de todo es no empezar a hacer nada y, por el contrario, continuar con la locura de hacerle daño a ese recurso que ha sido objeto de la admiración no sólo de quienes vivimos en este país, sino de millones de visitantes extranjeros.
Tristemente somos una generación que ni siquiera se ha encargado de cuidar lo que recibió como herencia de sus ancestros y el masivo deterioro del ambiente es una prueba de cómo hemos actuado irresponsablemente. Una característica de nuestra sociedad es el descuido por el mantenimiento de las cosas que tenemos, las que dejamos que se dañen por el uso y el paso del tiempo sin que se tenga el menor cuidado por preservarlas. Y cuando ese descuido se traduce en recursos como los lagos de Atitlán y Amatitlán, nos damos cuenta que somos capaces de destruir hasta lo más preciado que tenemos como Nación y que ha sido simplemente un regalo de Dios.
Puede ser que algunos crean que estamos conspirando al señalar que debemos hacer algo, pero es el típico caso de que a palabras necias, oídos sordos y ojalá algunas personas o algunas empresas asuman la tarea de preservar el lago de Atitlán convocado a todos los guatemaltecos.