La matanza de personas en el sistema de transporte público de pasajeros, tanto urbano como extraurbano, constituye un serio problema que agobia a la población, pero que, evidentemente, no causa ni roncha al gobierno que ve la situación con la normalidad de quien ve llover en pleno invierno. No se ha visto ninguna reacción de los funcionarios encargados de seguridad, no digamos del Presidente de la República que tiene la responsabilidad fundamental de proteger a la persona, garantizando a los habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y su desarrollo integral, según mandato de los dos primeros artículos de la Constitución.
Impresiona ver la cantidad de ataques y su cauda mortífera sin que nadie mueva un dedo para detener la masacre. No existe atisbo de plan alguno para proveer de seguridad a los pilotos, ayudantes y pasajeros, ni esperanza de que mediante investigaciones serias se pueda dar con la causa de esos crímenes y el paradero de sus ejecutores. Pero, repetimos, lo peor es la insensibilidad del Presidente que se muestra incapaz de actuar en un tema absolutamente sensible y urgente.
En cualquier otro país, la sucesión de hechos de esa magnitud hubiera provocado que funcionarios de alto nivel tuvieran que dimitir por incapacidad, pero en Guatemala nadie se inmuta porque hay que reconocer que también la opinión pública ha adoptado una actitud que ya es de absoluta indiferencia ante los asesinatos. Ninguno de todos los ministros de Gobernación o jefes de Policía que en este gobierno han abandonado el cargo lo hizo porque se le exigiera la dimisión por causa de su incapacidad para cumplir con su deber, pero lo peor es que la población no exige absolutamente nada y acompaña al mandatario en su colosal indiferencia.
Guatemala se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo ante la indiferencia de las autoridades que no atinan a diseñar acciones que contengan la actividad de los delincuentes. Cierto que el problema no empezó con este gobierno, pero también es cierto que el señor Colom ofreció combatir la violencia con inteligencia y en vez de eso lo que nos ha dado es ineptitud e indiferencia.
Mientras el pueblo no le exija al Presidente que despierte, que haga algo para cumplir con el principal de sus deberes, podemos tener la seguridad de que se seguirá sintiendo muy cómodo porque las muertes no le afectan ni personal ni políticamente y dedicará todo su empeño a complacer a sus financistas y hacer clientelismo político con una falsa solidaridad. De su gobierno no podemos esperar nada y por ello es que tenemos el deber y obligación de exigir.