A través del artículo anterior había pretendido que de manera conjunta la población guatemalteca reflexionara y diera sus aportes para mejorar la asistencia en salud tanto pública como privada. Sin embargo, no hubo mayores respuestas a la iniciativa, así que se me ocurre discurrir sobre algo muy elemental en el tema; y es la relación que se entabla entre médicos y él o la paciente.
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Una persona busca al profesional de salud con el propósito de poner fin a su enfermedad, a su dolor tanto psíquico como físico. Comienza la relación como consultante cuando tiene fortuna de elegir, con alguien que le ha sido recomendado por su certeza clínica, sus conocimientos, su gentileza al abordar a la persona que acude a su oficina.
Repito que tiene la fortuna de elegir, ya que en el sistema público las personas que aquejan de alguna enfermedad no tienen esta oportunidad. Por lo tanto, son atendidos al azar contando con el anhelo de que quienes lo atiendan cuenten con los atributos que las personas buscan para sentirse comprendidos y adecuadamente tratados del mal que aquejan.
Tanto la actitud del profesional de la salud como de la persona enferma cuentan mucho para que las personas superen su enfermedad y evolucionen de manera adecuada. Esto es lo que llamamos el vínculo o relación terapéutica y esto es de considerar primordial para el inicio de un buen trabajo en búsqueda de respuestas a las enfermedades que sufren muchas personas.
Lo humano en el trabajo médico se pierde cuando solamente cuentan números estadísticos para responder a las demandas laborales de las diferentes instituciones públicas. Es de considerar que existen entredichos para los diferentes médicos, sin embargo, también habrá que analizar que la conducta de algunos pacientes no ayuda mucho a que el tratamiento siga un ordenamiento y se lleve a cabo de una adecuada manera, es decir, no todos los pacientes son angelitos.
Siempre he pensado que existe un médico/a para cada paciente y de forma inversa un tipo de paciente para cada médico. De manera que si no se puede establecer una conexión adecuada y valiosa entre los mismos, tal vez será propicio reevaluar si este paciente o profesional puedan continuar de manera conjunta en la labor dirigida en pro de la salud de la persona enferma. Debido a que muchas iniciativas en los tratamientos podrán fracasar ante la falta de este enlace.
La construcción de una relación honesta, respetuosa, comprensiva, tolerante y ética son parte de los factores de curación de cualquier enfermedad. La confianza y el fomento de la esperanza han de ser cruciales. Si bien es cierto que las y los pacientes tienen derecho a conocer acerca de su enfermedad, es importante encontrar la calidez necesaria para que esta se acepte de mejor manera.
Al hablar con las y los pacientes los médicos no han de perder de vista el poder de sus palabras, la vulnerabilidad del enfermo y su necesidad de empatía.
Muchos comentarios que se dicen dentro de clínicas y hospitales resultan ser preocupantes para los pacientes; algunos de ellos terminan siendo órdenes hipnóticas para los mismos. (Ejemplo. A los padres de una joven que no cuenta con los recursos económicos suficientes para obtener los medicamentos que necesita, su médico les dice: si no tiene el tratamiento indicado la joven podrá vivir una a dos semanas a lo sumo. Coincidentemente la joven fallece a las dos semanas sin tratamiento).
En este caso, pudo haber habido multiplicidad de elementos que contribuyeran a su muerte, sin embargo, no hemos de olvidarnos de esta otra posibilidad, las consecuencias de la expresión de nuestro lenguaje y de considerar el efecto placebo o adverso de las palabras.
Considero que desde la perspectiva médica con el mantenimiento del compromiso a la vida y a su calidad es fundamental que se ayude a las personas a encontrar un sentido de esperanza, alivio y consuelo ante su situación. Para finalizar cito una frase de Federico García Lorca: «El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta».