Vivimos en el mundo de lo irracional o en el planeta de los mitos. Por mucho que se crea que en el siglo XXI lo que priva es la razón y que las religiones son cosas del pasado, los hechos lo desmienten. Ahí están por ejemplo los incrédulos de la medicina, los que buscan extraterrestres y los amigos de las patas de conejo que postulan la urgencia de encontrar vías alternas para sobrevivir y aliviar este mundo cruel.
Las noticias de este día lo confirman. Una tal Suzanne Somers, una actriz que Wikipedia describe como «businesswoman», de padre alcohólico, disléxica y mala estudiante, declaró recientemente que eso de la quimioterapia es una mala práctica médica que debía evitarse con urgencia porque sus efectos secundarios son peores que las bondades que proporciona. Y para ponerle guinda al pastel aseguró que el artista Patrick Swayze murió a causa de esa práctica médica.
«Ellos tomaron a este hombre hermoso y ellos básicamente ponen el veneno en él. ¿Por qué podían ellos no haberlo aumentado alimenticiamente y deshacerse de las toxinas en su cuerpo?»
Las tonterías de la humanidad no terminan aquí y francamente podríamos hacer una antología de nuestras torpezas. En días recientes un diario estadounidense escribió sobre la falsedad del uso de los metales que la gente suele llevar consigo. El artículo concluye que el uso del cobre, la plata o el oro no ayudan a mejorar la salud como muchos cándidos confiados creen.Â
Como muchos saben, llevar cobre -se dice- reduce el dolor de la artritis y la inflamación. Supuestamente incrementa la circulación y alivia la rigidez. El oro y la plata potencializa las funciones cognitivas y ayuda a que el cuerpo se repare a sí mismo. El titanio ayuda a estabilizar la circulación de energía del cuerpo tanto que muchos jugadores de béisbol lo usan.
Con todo, los investigadores de las Universidades de York y Hull en Yorkshire fueron implacables: eso de usar metales no es nada más que una especie de placebo que ayuda, eso sí, si uno cree en ellos. Se trataría entonces más de una cuestión psicológica que de una ayuda objetivamente comprobada de los objetos mismos.
«Yo esperaba que esas cosas funcionaran, declaró Stewart Richmond quien dirigió una investigación en este campo, evidenciar que esos remedios de bajo costo aliviaran los altos precios en materia de salud. Pero los resultados sugieren que no hay nada positivo, sino simplemente un efecto placebo».
Como ve, seguimos viviendo en el mundo de la fantasía y las hadas madrinas. Recurrimos, cuando lo necesitamos, de cualquier ayuda que nos permita autoengañarnos. Ahora mismo recuerdo, por ejemplo, que en mi familia se decía que yo había operado a mi abuelita que padecía de cáncer y que logró vivir por unos diez años más gracias a las pericias de mi mano (todo esto lo sugería una curandera -hechicera- de Masaya en Nicaragua). Yo creo que me gustó tanto eso de curar los cuerpos que después opté por el cuidado de las almas. Más fantasías, ¿no?