Están viendo la tempestad y no se arrodillan


En general se puede hablar de un sentimiento de descontento entre la población con respecto al comportamiento de sus funcionarios, en todos los niveles de la administración pública, pero esa percepción negativa se dispara en forma exponencial cuando se conocen noticias como la que publicó recientemente Prensa Libre sobre el despilfarro de los recursos del Estado para sufragar los suculentos almuerzos de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, precisamente aquellos trece que se pasaron casi un año reuniéndose para elegir, sin lograrlo, a su presidente, y en cada uno de esos encuentros se hartaron a costillas de los contribuyentes.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Y sucede que lo mismo pasa en el Congreso de la República donde las cifras por supuesto son mucho más altas por la cantidad de diputados que reciben almuerzo como gancho para atraerlos, lo que darí­a lugar a que se les pueda calificar justamente como verdaderos muertos de hambre. Pero al margen de lo que podamos pensar de los funcionarios, lo que me interesa señalar es que obviamente los polí­ticos del paí­s están viendo la tempestad y no se arrodillan, porque el nivel de descontento que se palpa entre la población es de tal magnitud que uno tiene que pensar que este desmadre no puede terminar bien para ninguno.

Conversando con algunos expertos me decí­an que hay acuerdo entre los conocedores de que en el caso de la Policí­a Nacional Civil no se puede pensar en una refundación de la misma porque para que un proceso de reingenierí­a pueda ser considerado, harí­a falta disponer de una reserva moral y ética de por lo menos un treinta por ciento de quienes componen una institución. En el caso de la PNC, me manifestaban, hasta las plazas para entrar a la Academia son compradas porque hasta los aspirantes están ya contaminados con los vicios que son generales en la institución.

Y eso me hizo pensar que si revisamos todas las instituciones del Estado, incluyendo los organismos que lo conforman, tenemos que concluir que en ninguno de todos ellos existe, ni por asomo, un treinta por ciento de reserva moral y ética que pueda alentar la esperanza de una reingenierí­a para reconstruir lo que está por los suelos. Es más, me atrevo a pensar que en la mayorí­a de casos aspirar a un tres por ciento de honorabilidad y decencia es aun pecar de iluso, porque se ha consolidado un sistema que fue diseñado para robar, para alentar la corrupción y la podredumbre. Un sistema que hace que quienes forman parte del llamado Sector Público sean, salvo las honrosas excepciones que confirman la regla, avorazados que se dedican a mamar de la ubre del erario sin contemplaciones.

Y como si no les bastara lo que se clavan con sus permanentes negocios, todaví­a se recetan privilegios como esos de la comida a cuenta del gasto público. Aun si fueran dechados de cumplimiento y trabajo, serí­a inaceptable ese tipo de canonjí­as, no digamos cuando se dan casos como el de los diputados, que dejaron que se robaran 82 millones de quetzales como si fueran 82 centavos y los magistrados que dieron el ejemplo pésimo de su irresponsabilidad al no elegir a su presidente durante varios meses, no digamos con otras torerí­as que irán saliendo a luz.