Significado y simbolismo del Dí­a de los Santos y de los Difuntos


El Panteón de Agripa, grandí­simo templo romano dedicado a

El significado antropológico del Dí­a de los Santos y de los Difuntos va más allá del mundo cristiano propiamente dicho. Se pierde en las profundidades del inicio de la Humanidad en los principios de los tiempos, cuando pobló de ánimas y espí­ritus tanto su propio ser, como la naturaleza y los astros. Es la manifestación misma del fenómeno religioso, que más tarde tendrá sus vertientes dentro de la magia y la religión.

Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

San Judas Tadeo, uno de los santos más socorridos, ya que es el patrón de las causas perdidas y desesperadas. FOTO LA HORA: ARCHIVOImagen del Espí­ritu Santo, en su representación de paloma. FOTO LA HORA: ARCHIVOLas ánimas benditas. Según la doctrina oficial, las almas

Dentro de este contexto, debe entenderse el dí­a de las ínimas (Dí­a de los Santos) y Dí­a de los Fieles Difuntos. Es imposible abordar el campo de la religión y de la magia en tan poco espacio, por lo que nos centraremos en el origen del alma-ánima y otros campos de la religiosidad popular.

EL ALMA-íNIMA

Las definiciones dogmáticas se ocupan casi siempre de la relación entre «alma» y «espí­ritu». Cierto es que el hombre tiene una sola alma, el «ánima intelectual» que es inmortal y es «forma corporis». El alma es creada por Dios «ex nihilio» y no tiene existencia precorporal. Constituye el principio vital del hombre. El alma regresa a Dios, cuando la persona muere.

En el idioma corriente las palabras «alma» y «ánima» son sinónimas. Se trata de la sustancia espiritual e inmortal que se encuentra en el cuerpo humano. Se define también como parte emocional y moral del hombre. Es lo que da vida, aliento y fuerza. La palabra «alma» abarca todos estos conceptos, mientras que la palabra «ánima» se refiere más bien al espí­ritu de los difuntos, que suben al purgatorio o al cielo. En otros idiomas sólo existe un término: Seele, soul, I»ame.

La doctrina oficial es aceptada por el pueblo, sin embargo, se cree que el alma no regresa directamente a Dios o va al purgatorio, sino se queda todaví­a en el mundo, hasta que terminan las ceremonias funerarias. La despedida del alma, en la noche del último velorio, es un rito importante, asegura el paso tranquilo del alma hacia el mundo del más allá. El pueblo cree que las almas pueden aparecer a parientes vivos en visiones o sueños para participarles algo importante o para dar consejos. Existe también la creencia, que las «almas errantes» de personas que no fueron enterradas debidamente molestan a los vivos, aparecen en encrucijadas y hacen travesuras. Están en el cementerio en el Dí­a de los Difuntos.

Según la doctrina oficial, las almas «de los buenos» (éticos) van al cielo y las almas «de los malos» (émicos), al infierno. Las almas «en pena» van al purgatorio. El pueblo cree que las ánimas del purgatorio salen a rezar de noche para pagar sus penas y para anunciar la muerte de un pariente.

Los vivos pueden ayudar a las ánimas en pena con obras pí­as, rezos, limosnas, sacrificios e indulgencias. La «indulgencia plenaria» era tema de ardua discusión entre los católicos y protestantes en los tiempos de Lutero en el siglo XVI. Todaví­a la iglesia Católica enseña que ciertos actos religiosos, tales como peregrinaciones a ciertos lugares o la asistencia a celebraciones especiales, resultan en una «indulgencia plenaria» para las ánimas del purgatorio.

Ya en la primitiva iglesia, los cristianos romanos solí­an orar por los difuntos. En la Edad Media el culto a los muertos floreció en Europa. Existí­an monasterios, donde los frailes o las monjas sólo oraban por los difuntos. Estas órdenes fueron mantenidas por los que pedí­an este servicio «extra muros». Todaví­a es costumbre rezar por los muertos o pedir misas para ellos con el fin de abreviar su estadí­a en el purgatorio. Se reza sobre todo por las almas de parientes para alcanzar su salvación. Tanto los vivos como los muertos pertenecen a la «comunidad de los santos» o sea, todos los que creen en Jesucristo forman una comunidad. Así­ los vivos y los muertos pueden ayudarse mutuamente. Eso explica por qué los fieles no sólo rezan para sus deudos sino también a las ánimas del purgatorio. La pregunta «Â¿Las ánimas en pena pueden o no pueden ayudar a los vivos?» no ha sido contestada oficialmente. Por cierto, la liturgia oficial no tiene oraciones a las ánimas ni tampoco fomenta el culto para ellas; sin embargo, no está prohibido rezar a las ánimas. Algunos teólogos, con mucho cuidado, afirman que si es posible que las ánimas del purgatorio puedan ayudar a los vivos, especialmente a sus parientes. Dicen que Dios quiere a las almas en pena y, por amor, Dios les concede favores. El pueblo cree que las almas pueden asistir a los vivos y así­ ganarse méritos. Hay que distinguir entre oraciones en favor de las ánimas y dirigidas a ellas. En el catolicismo popular estos dos conceptos se confunden.

Muchas personas, educadas o de carácter popular, han relatado, que en caso de apuro acuden a la tumba de sus padres o hermanos para obtener su asistencia en la solución del problema.

íNIMA Y ESPíRITU

En la terminologí­a popular se usan las palabras «alma» y «ánima» para referirse a los «muertos». En la definición popular la palabra «espí­ritu» significa un ser sobrenatural que se puede manifestar a través de un medium en trance o aparece a los vivos en sueños o visiones, para ayudarlos o perjudicarlos.

Los «espiritistas» tratan de ponerse en contacto directo con un espí­ritu determinado, para conversar con él a través de un medium. Estos espí­ritus pueden ser espí­ritus de la naturaleza, seres sobrenaturales que guardan la flora y fauna, espí­ritus de personajes difuntos, divinidades de la teogoní­a de algunos grupos étnicos en ífrica Occidental, divinidades de la mitologí­a indí­gena maya, espí­ritus burlones de origen diverso.

Pero es cierto que muchas «ánimas» veneradas por el pueblo guatemalteco bajo forma de «santo popular» o «muerto milagroso» son invocadas también por espiritistas y se manifiestan como «espí­ritus» en los mediums. Los mismos espiritistas afirman que reciben «ánimas» que trabajan a través de ellos, como por ejemplo las «ánimas» de médicos muertos que llevan a cabo ritos curativos. Pero luego usan la palabra «espí­ritu» también.

De aquí­ surge la confusión. Es cierto que la distinción entre «ánimas de los difuntos» y «espí­ritus de la naturaleza», que moran en selvas o rí­os es más fácil. A menudo se les llaman «duendes» y no tienen capilla o santuario. Cuando un difunto es venerado como si fuera un santo católico auténtico en su tumba o en una «capilla de camino», se habla de «ánima». Cuando los espiritistas invocan el alma de un muerto para manifestarse en un medium se considera «espí­ritu», aunque se puede tratar de la misma entidad.

A mi modo de ver, la devoción a las ánimas empieza en el momento cuando los fieles no rezan más para las ánimas del purgatorio con el fin de conseguir «indulgencia», sino cuando las oraciones se dirigen a los muertos, para que ayuden a los devotos. El culto para un «muerto milagroso» nace cuando hace caso de las súplicas y los fieles pagan las promesas al cumplirse el favor. Luego aparecen placas votivas en las tumbas o se construyen capillas, así­ nace un lugar de devoción y se puede hablar de un «culto para un santo popular».

EL CULTO A LOS SANTOS

En la mayorí­a de las religiones principales encontramos divinidades menores, que sirven como intermediarios entre el Ser Supremo y los hombres y a los cuales los humanos acuden con mayor frecuencia en pos de ayuda. En el concepto cristiano-católico, estas «divinidades» son los «santos». Estos eran hombres y mujeres que en vida se destacaron por sus virtudes y con una vida ejemplar. Cierto es, que en el culto a los santos se encuentran muchos elementos paganos; sin embargo, la Iglesia siempre ha fomentado su veneración. Todas las iglesias son consagradas a un determinado santo, cuyas reliquias se encuentran en los altares. Los fieles veneran las imágenes o estatuas de santos considerados milagrosos. En algunos casos, los santos eran pecadores, quienes se arrepintieron de sus maldades, sirviendo así­ como ejemplo a los hombres, que son pecadores también. Se cree en los poderes milagrosos de los santos, que, de una manera u otra, se encuentran en los emblemas sagrados o los santuarios. Por cierto, estas creencias no son compartidas por la Iglesia, forman parte del acervo popular. Las plegarias dirigidas a lo santos, sin embargo, forman parte de la liturgia oficial. A menudo lo santos tienen funciones especí­ficas: San Blas cura las enfermedades de la garganta, Santa Bárbara protege contra los rayos. San Antonio encuentra un novio para una jovencita u objetos perdidos. Ciertos santos son invocados con ritos exorcistas.

Usualmente los adeptos atribuyen caracterí­sticas humanas a los santos de su devoción especial Tienen sus debilidades y pueden vengarse, cuando los hombres cometen una ofensa. Hay que ofrecer a ellos lo que les agrada. Así­ se logran los fines deseados. Es el aspecto utilitario del culto a los santos.

Muchos objetos sagrados están asociados al culto: emblemas, imágenes, estatuas, reliquias. A menudo el agua de una fuente, que se encuentra cerca de un santuario, es considerada curativa. Los fieles hacen promesas a los santos para solucionar sus problemas y pagan sus deudas cuando reciben lo que desean. A menudo colocan ex votos y placas alrededor de los altares, donde se encuentra la estatua del protector («milagritos»). Los presentes consisten en flores, velas, dinero o anuncio en periódicos.

A diario salen oraciones en los periódicos capitalinos en Guatemala como la siguiente Novena a San Judas Tadeo:

«Que el Sacratí­simo Corazón de Jesús sea amado, glorificado, adorado y preservado en todo el mundo ahora y siempre, Sagrado Corazón de Jesús, ruega por nosotros. Milagrosí­simo San Judas, ruega por nosotros. San Judas, ayuda a los desesperados, ruega por nosotros. Diga esta oración nueve veces al dí­a durante nueve dí­as, prometiendo publicarla al octavo dí­a. Es eficací­sima».

Las peregrinaciones a lugares sagrados tienen importancia también. Tienen aspectos lúdicos y solemnes, son actividades recreacionales, implican sacrificios financieros, fomentan el espí­ritu de «comunistas» entre los peregrinos de diferentes clases sociales y/o procedencias y tienen rasgos mágicos y paganos. Se esperan milagros, así­ se aumenta la fe. Ví­ctor Turner compara estos eventos con «ritos de aflicción», para exorcizar a espí­ritus malos, que, en la creencia popular, provocan enfermedades y la mala suerte.

Según la doctrina católica, un santo tiene que ser «canonizado» o declarado «santo» solemnemente por el Papa. A la canonización anteceden diferentes pasos. En la actualidad la canonización es un proceso que a menudo dura varias décadas. El tribunal del Vaticano, la Santa Rota es responsable. Se exige la comprobación de varios milagros antes de considerar la beatificación y la subsiguiente canonización de un muerto. El primer tí­tulo que otorga la Santa Rota es «Siervo de Dios», luego la persona muerta con fama de santo obtiene el tí­tulo «Venerable». Antes de la beatificación, el Tribunal estudia cuidadosamente la historia de vida de la persona y exige muchos testimonios. Para comprobar un milagro las exigencias son aún más rigurosas.

Durante la Edad Media la canonización era más fácil. Se crearon muchos santos porque la iglesia aceptaba los testimonios de la religiosidad popular sin reservas, considerando aquello de «vox populi vox Dei». Muchos santos fueron venerados también sin ser canonizados, tales como San Juan de Mato o San Félix de Valois. Algunos fueron eliminados del calendario en épocas recientes, porque las autoridades se dieron cuenta que nunca fueron canonizados verdaderamente, como San Cristóbal, Patrono de los arrieros y caminantes.

Según Cámara Cascudo «chaque église honorate ses saints» (según carta del Padre Ortola al papa Juan XV en el siglo X). Los derechos de canonización fueron reivindicados y se pusieron más rí­gidos en el tiempo de Benedicto XIV (1740-58) que promulgó «De Beatificazione servorum Dei et canonizatione beatorum», Benedicto XIV, antes de ser Papa, fue promotor de Fe en los procesos de canonización y a menudo se pronunció en contra de la santificación de una persona que no le parecí­a santo. Otro Promotor de Fe, que precedió al Papa Benedicto XIV fue el Padre Jean de Launoy (1603-78), el «dénicheur de saint» porque en los procesos votó a menudo contra la canonización de un «santo popular».

La religiosidad popular no respetuosa de la ortodoxia romana solí­a y suele canonizar de hecho personas reales e incluso imaginarias a las que la tradición oral adjudica la realización de milagros.

Finalmente, el estudio del nacimiento de la devoción a un «ánima» sirve como ejemplo del nacimiento de muchos santos de la Edad Media.

ORACIí“N Al Espí­ritu Santo


La devoción al Espí­ritu Santo se expresa así­:

«Espí­ritu Santo, Tú que me aclaras todo, que iluminas todos los caminos, para que yo alcance mi ideal. Tú que me das el don divino de perdonar y olvidar el mal que me hacen y que en todos los instantes de mi vida estás conmigo, yo quiero que en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar una vez más que nunca quiero separarme de Tí­, por mayor que sea la ilusión material. Deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la Gloria Perpetua. Gracias por tu misericordia para conmigo y los mí­os. (La persona deberá rezar esta oración tres dí­as seguidos sin decir el pedido. Dentro de tres dí­as será alcanzada la gracia por más difí­cil que sea). Publicar en cuanto sea recibida la gracia. Gracias por los favores recibidos».

ORACIí“N Las Trece ínimas Benditas


«Oh mis Trece Animas Benditas, a ustedes pido por amor de Dios, que mi ruego sea atendido. Mis trece Animas Benditas, sabias y entendidas, a ustedes pido por la sangre que Jesús derramara, que mi ruego sea atendido. Mi Señor Jesucristo, que a USTEDES protege, me cubra con vuestros brazos y proteja con vuestros ojos. Oh Dios de bondad, Tú que eres mi defensor en la vida y en la muerte, pido que me liberes de las dificultades que me afligen. Oh mis Trece Animas Benditas, sabias y entendidas, alcanzadas las gracias que les pido («pide tu necesidad»), quedaré devota suyas y mandaré a publicar esta oración y rezar 13 padrenuestros y 13 Avemarí­as durante 13 dí­as. Agradecida».