¿Por la madre tierra?


2 mil 500 años de pensamiento occidental parece que pesan demasiado. La actual forma hegemónica de razonar y entender el mundo tiene su origen en la filosofí­a presocrática. Grecia, cuna del pensamiento occidental, y luego Roma, imperio que impuso su lengua y razón, son la base sobre la cual los filósofos y cientí­ficos ingleses, franceses, italianos y alemanes profundizaron una forma de pensar y sentir alejada de los conocimientos de los pueblos originarios. Con la pretensión de eliminar el pensamiento mí­tico, negaron la cosmovisión de culturas milenarias.

Pablo Siguenza Ramí­rez
pablosiguenzaram@gmail.com

La revolución industrial y el capitalismo abrieron la caja de Pandora: hoy grupos de capital ejercen dominio en los ámbitos económico, social, cultural y espiritual de grandes contingentes de población. Hoy los «dueños del mundo» tienen nombre de empresas transnacionales. Impulsan un modelo de concentración de riqueza a partir de la explotación de la naturaleza, la fuerza de trabajo y el consumo. Producto de este modelo son la destrucción ambiental extrema y la degradación humana profunda.

En las ciudades, aquellos y aquellas que hemos sido educados en casa y escuela, con el uso del idioma español, hemos recibido como tradición cultural esta forma dominante de entender el mundo. Nos deslumbramos por la necesidad de consumir y ser modernos. «Necesitamos acumular». Soñamos con el nuevo modelo de teléfono celular. Estamos creciendo, no entre campos verdes con rí­os, árboles y pájaros, sino entre el humo de las camionetas, los centros comerciales y el olor fétido de los basureros urbanos. ¿Cómo, entonces, podemos comprender la lucha de nuestros hermanos y hermanas del campo por la madre tierra?

En la ciudad la gente vive mirando vitrinas y productos en las tiendas de moda, queriendo comprar sin poder hacerlo porque las marcas publicitarias venden necesidades superfluas que son inalcanzables con los mí­seros salarios que pagan en la maquila, el banco, la constructora o el almacén. Pronto surge la trampa del crédito y los pagos a plazo.

Poco entendemos en la urbe, porqué grupos de indí­genas vienen a manifestar y atrasan nuestra llegada a los centros de explotación-trabajo. Nos enojamos sin poder visualizar que la lucha de las comunidades campesinas contra la minerí­a, la fábrica de cemento en San Juan Sacatepéquez o la expansión de la caña de azúcar y palma africana, es la lucha por la vida misma de nuestros hijos, nietos y nietas. Es, también, la lucha por el agua limpia que bebemos a diario.

Vergonzoso para el paí­s es el ataque armado que sufrieron las y los comunitarios concentrados el lunes 12 de octubre en la Calzada San Juan y Boulevard El Caminero. Las instituciones de gobierno deben dar con los responsables del asesinato del campesino Gilmer Boror Zet: un sacrificado más en la lucha por la defensa de la vida.

No se trata de obviar lo que somos en esta sociedad de mestizaje; sino de darle su justo valor, que es inmenso, a los conocimientos, usos y costumbres del pueblo maya. Ese pueblo maya que llevamos en la sangre, el rostro y tradiciones, pero que negamos con leyes, instituciones y prácticas racistas. Una concepción del mundo viva en las comunidades, que respeta la madre tierra y es la única ví­a para escapar de la destrucción que el capital mundial nos impone.

Recomendación: ¿Vio usted el documental «Sipacapa no se vende»? Excelente producción que debe utilizarse en centros de estudios, iglesias, reuniones comunales e instituciones de gobierno para comprender y comprometernos con la lucha en defensa de la madre tierra. Para más información escribir a caracolproducciones@yahoo.es o acceder por internet en la dirección http://www.youtube.com/watch?v=L1N8I54zong