Un caso de heroí­smo escrito con honor y coraje


Hay situaciones en la vida en las que el hombre es capaz de protagonizar hechos a ultranza realmente heroicos.

Marco Tulio Trejo Paiz

Es el hombre que actúa en defensa de hermosas causas y legí­timos derechos inalienables, principiando por el de la vida que tiene un valor que merece ser considerado o está considerado, mejor dicho, como el que está por encima de todos los demás valores de la humanidad.

Desgraciadamente, la vida está siendo menospreciada en las diversas latitudes por hombres -buitres o verdaderos chacales-.

Son «ombres» -así­, sin h»- esos individuos de corazón corrugado que en pleno siglo XXI, que corre y vuela, como que se han embrutecido y retrocedido a la Edad de Piedra.

Estas reflexiones las ha motivado un caso de honor (de honor con h, no con el «onor» «sin h») de muchos-muchos pusilánimes y cobardes enfermizos…

Es nada menos; ¡nada menos!, recalcamos, que el caso histórico y muy dramático de Marek Edelman, un judí­o alemán que acaba de fallecer a la edad de aproximadamente 90 años.

Edelman estuvo a punto de ser asesinado por los esbirros de la bestia nazi que cabalgaba el tristemente célebre dictador y tirano de Alemania: el monomaní­aco y venático de remate Adolfo Hitler.

Es oportuno recordar que más de seis millones de judí­os fueron hacinados en dantescos campos de concentración, de trabajos forzados y de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, por los genocidas que obedecí­an cual diabólicos fantoches del «ombre» erigido en semidiós que pretendió convertir en una bárbara realidad sus temerarios designios de dominación mundial.

En cuanto estalló la mencionada hecatombe que segó la vida de alrededor de 50 millones de seres humanos, Edelman fue a dar con sus huesos, juntamente con casi medio millón de hombres, mujeres y niños de su raza (hebrea), a un pavoroso gueto de Varsovia, la capital de Polonia, paí­s que se encontraba ocupado por las huestes alemanas.

En esa espantosa prisión, Edelman tuvo el «privilegio» de haber sido «mandadero» (¡?!) en un hospital, a la vez que clandestinamente se dedicaba a publicar revistas del socialista Bund, al que se habí­an asociado sus padres.

En abril de 1943, los nazis tomaron la inhumana como criminal decisión de prender fuego al gueto; infierno en el que, de casi medio millón de judí­os ví­ctimas del racismo hitleriano, aún quedaban sólo (¡sólo…!!!) unos 60,000. Los demás, se supone, habí­an sido sacados para ser trasladados al fatí­dico campo de exterminio de Treblinka, donde los vejámenes fí­sicos y mentales, las descargas de fusilerí­a, la inedia (léase sin comer muchos dí­as), los agotadores trabajos forzados y las cámaras de gases les ocasionaron la muerte con crueldad inenarrable.

Eso era lo que disponí­a el «ombre» de horca y cuchillo Adolfo Hitler, dictador y tirano que, con sádica fruición, asistí­a -digamos así­- a una danza macabra para exterminar a la numerosa comunidad judí­a.

Marek Edelman escribió con gallardí­a, con honor, con heroí­smo admirable, las ensangrentadas páginas de la historia en cuanto a las atrocidades de la era nazi.

Cuando se extremó la situación del gueto de Varsovia, o sea al decidir, los hematófagos corresponsables del holocausto, incendiar la horrible prisión, Marek se sumó a las filas de la insurrección en la que participaban 220 valientes muchachos mal armados contra un ejército de ocupación alemán muy poderoso.

Este vespertino nos movió a tratar el tema del patético caso de referencia al publicar un interesante relato en una de sus más recientes ediciones?

Debemos decir, ya para ir finalizando nuestro comentario, que en la actualidad, a pesar de los pesares, no han surgido, al menos hasta hoy, fieros dictadores genocidas como Adolfo Hitler, pero a lo mejor están en «embrión» o en potencia algunos en los nebulosos dí­as que estamos viviendo, sobre todo si oteamos el escenario universal en su amplia dimensión y, especí­ficamente, el Lejano y el Cercano Oriente, la Europa Oriental, ciertos patios de Asia suroriental, la América Latina y el Caribe, donde ya tenemos como eternizándose algunos regí­menes que conspiran las 24 horas de cada dí­a contra la democracia verdadera, sin comillas de farsantes y embaucadores.