La pintura del doctor Juan José Arévalo Bermejo, publicada en Prensa Libre, hace unos días, tiene una historia que considero oportuno darla a conocer, con mis disculpas por mencionarme, pero es que estuve involucrado, sin querer.
Tuve un estudio fotográfico, (soy fotógrafo profesional), en la 12 avenida algo cerca de la Limonada. Era amigo del maestro Antulio Cajas, malograda promesa de las artes plásticas, un excelente retratista. Con él acordamos hacer el trabajo de reconstrucción de fotografías antiguas deterioradas u otros arreglos según el gusto de las personas, a mi me correspondía hacer el trabajo fotográfico e iluminación con óleo transparente, no había aún fotografía a color, y a Antulio el artístico trabajo de restauración.
Colocadas unas muestras a guisa de propaganda, tuvimos buena demanda. Un día de tantos Antulio no llegó a la foto, él no bebía ni fumaba, era cortes. Pasados unos días sin que apareciera indagué con su familia sobre su paradero y me informaron que les había dicho que iba a hacer un trabajo especial y que no lo verían durante ese tiempo, pero que no sabían en donde estaba, pasaron los días, entregué los trabajos que estaban terminados y devolví los originales y los anticipos de los otros.
Cerca del mes de la ausencia de Antulio decidí buscarlo y después de mucho indagar supe que estaba en un mesón por las «Cinco Calles», confluencia de la Avenida Bolívar, 3a. y 4a. Avenidas y callejón San Gaspar, hoy zona 1, encontré el mesón, entré, pregunté por él dando todas las características y me dijeron que si estaba allí, que hacía unos días había llegado cargando unos palos (el caballete), un gran marco, una manta (la tela), y una caja con algo y que pidió que durante el tiempo que estuviera adentro no lo interrumpieran. Pagó mes y medio y adelantado. Medio salía para los tres tiempos de comida, a un comedor vecino, así como ya sabe usted para qué. Por lo menos ya sabía donde estaba. Se lo conté a su familia. Me olvidé de él.
Una tarde, pasado un poco más de un mes, llegó a la foto en un pick up, entre el chofer y él bajaron algo y lo entraron. Estaba barbado, peludo y como que no olía a rosas. Puso el caballete, colocó el lienzo y lo descubrió, era el retrato de cuerpo entero del presidente Arévalo. Me quedé estupefacto ante esa obra de arte, lo mismo que el chofer quien dijo: «puchis, sólo le falta hablar».
Pasamos el cuadro a una habitación interior, debidamente cubierto y me dijo: «Voy a la casa a que me miren, a bañarme, rasurarme y mañana a la peluquería». Cuando se fue el chofer le pregunté si lo conocía, me respondió que si, que era su amigo, por eso lo contrató.
Pasaron unos días, él quería que siguiéramos con el trabajo de restauración fotográfica, yo no quise. Transcurrió un tiempo y se fue a Puerto Barrios (en esos días), a hacer otro trabajo por el estilo, desafortunadamente contrajo una perniciosa enfermedad, lo trajeron de emergencia al Hospital Roosevelt, pero no pudieron salvarlo.
Esta es la historia de ese retrato del primer Presidente, como no ha habido otro, producto de la Revolución del 20 de Octubre de 1944, y de la temprana pérdida de esa gran promesa de las artes plásticas, el maestro Antulio Cajas.