Vidas paralelas: Schubert, Schumann y el lied alemán I


Para iniciar esta columna de hoy relacionada con la música de Shubert, diremos que en una magistral conferencia Camille Mauclaire ha comparado el estudio del lied de Schubert con el de Schumann, tratando de explicar el sentimiento esencialmente romántico y lleno de contenido germano. Veamos que nos dice respecto al lied de Schubert, no sin antes decir que el músico vienés fulgura entre la música de los seres especialmente dotados y sirve de marco sonoro a Casiopea dorada, auténtica y única constelación del mar danzante de Marte, corola de luz, ánfora perfecta de agua y miel, florecida semilla que elabora el surco que abraza la raí­z de mi vida.

Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

Continuemos pues, con ese inmenso maestro de la música que es Camille Mauclaire. Veamos lo que señala sobre este admirado músico y el lied alemán: «El lied nació no de una necesidad de construcción técnica elaborada por la inteligencia, sino de una expansión del corazón. El lied fue la cristalización de las emociones y de la ternura de una raza. Fue, gracias a Schiller, a Herder, antes que Goethe, la forma más sorprendente del nacionalismo de la joven Alemania, que despertaba y cantaba la naturaleza, el amor y la libertad, y se recreaba en su tradición de la Edad Media después de la sombrí­a interrupción de la Reforma, después de la sustitución del austero coral de Lutero al canto naturista y apasionado.

El florecimiento espontáneo de esa literatura del lied fue uno de los momentos más hermosos y más extraordinarios de la Historia del arte, porque respondí­a a un gran impulso nacional; y Schubert no fue el único en ilustrarla. Hubo muchos hombres para servir a la idea en marcha, y ni siquiera hay que recordar las inmortales melodí­as de Beethoven. Pero la obra de Schubert, radiante de gracia, aureolada con el doble prestigio de la genialidad y de la muerte temprana, es de todas la más representativa.

Schubert apenas tuvo tiempo de abandonar, en algunos lieder, las formas rí­gidas y consagradas, la repetición de las estrofas, sirviendo para todas ellas una sola y misma música; apenas tuvo tiempo de prever la creación de una música poliforma, variante con cada estrofa y a cada verso. Sólo muy raros ejemplos de ello hay en sus obras.

Estaba reservada a Schumann la misión de fundar sobre este principio una literatura del lied, completa y nueva, de crear con magnificencia un lenguaje cantado tan dúctil como la palabra poética, de inventar el impresionismo musical, de establecer los principios de una declaración lí­rica, de una notación de los estados del alma que hace de él, el precursor directo de los poetas de verso libre, uno de los modelos más poderosos de nuestra búsqueda de emociones nuevas. Pero Schubert fue el primero. Schubert estuvo radiosamente embriagado por el sentimiento de la efusión psicológica; y si Schumann es el rey del lied, Schubert es el lied mismo, es el surgimiento irresistible de la confidencia vocal.

Cuando escuchamos algunos de sus lieder, vemos su alma tierna y pura en sus más frescas melodí­as, como son La noche y los sueños, La codorniz o el Ví­nculo de rosas, pero también veréis en el Canto nocturno y en La Joven y la muerte, hasta qué punto su gran alma lí­rica era capaz de sentir lo trágico. En la célebre Serenata llamada «de ángeles» hallaréis el romanticismo ingenuo que hizo vibrar a nuestras abuelas y al que es de buen tono acoger con una sonrisa, pero también observaréis que la gracia lánguida y suave del ritmo se conserva eternamente joven y nueva en esta melodí­a rápidamente anotada una noche sobre la mesa de una posada campesina por el joven Franz Schubert, que se divertí­a con unos amigos, encantado con la belleza del crepúsculo y también acaso con las sonrisas de alguna linda criada.

Finalmente, al oí­r al Prometeo, os encontraréis en presencia de una obra maestra que anuncia por su forma a Schumann y que por su estilo, elocuencia y espí­ritu musical presagia los pasajes dramáticos más hermosos de Wagner ¿dónde está en esta pieza el Schubert elegí­aco, mimoso e ingenuo de la leyenda? Aquí­ el joven se asomó sobre el pensamiento sereno y audaz de Goethe.

No se trata ya de un idilio, sino de un grito de rebelión pagana, de protesta goethiana, en nombre de la ciencia y de la dicha humana, contra el yugo de las religiones; es ya casi el grito de Nietzche, cuyo eco repercute de un extremo a otro del siglo XIX. En cuanto al poema de La hermosa molinera, no es nada en sí­ mismo. Pero es un conjunto de naderí­as deliciosas, como los esbozos de paisajes y las arietas descuidadas de Verlaine, y entonces veréis lo que hizo Schubert con ellas, veréis con qué variedad de tonos ilustró ese álbum de estampas pueriles.