El Che


Harold Soberanis

El 8 de octubre de 1967 era capturado en la selva boliviana, y asesinado cobardemente un dí­a después, el doctor Ernesto Guevara de la Cerna, más conocido como el Che. De esto pues, hace 42 años. Figura fundamental y controvertida de la Revolución Cubana su ejemplo de lucha y sueños por un mundo mejor siguen siendo vigentes, sobre todo en un mundo como el de hoy que, a diferencia del que él soñó, se ha vuelto más injusto y desigual, menos digno, pues se asigna más valor al tener que al ser, se premia la corrupción y se degrada el pensamiento.


Como todo personaje de la historia, de esos que dejan huella a su paso por la vida, tiene tantos seguidores como detractores, lo que viene a demostrar que pertenece a ese grupo minoritario de los «imprescindibles», como dirí­a Brecht.

Su rostro es conocido por muchas personas a lo largo del mundo, incluso en aquellos lugares donde la cultura y forma de ser es tan diferente a las del pueblo latinoamericano. Ese rostro quedó inmortalizado por la ya famosa fotografí­a de Alberto Korda quien, en un acto público al que asistí­a Guevara, lo logró captar en un momento único e irrepetible. Ahí­, en la mirada perdida en el horizonte, se reflejan los ideales y sueños visionarios de un hombre que vivió y murió coherentemente, pues su pensamiento, sus palabras y su acción fueron un todo.

Ese mismo rostro ha sido comercializado por la «mano mágica» del mercado, sí­mbolo inequí­voco de un sistema económico que reproduce las desigualdades e inequidades y que, paradójicamente, él tanto combatió. El haber comercializado su rostro en camisetas, vasos y cuanta tonterí­a se puede inventar, fue el único modo de «matarlo», como afirmó alguien alguna vez. Empero, aun en el caso de que esto hubiese sido posible, sus ideas revolucionarias no han perdido vigencia ni han podido ser olvidadas. Sigue siendo un ejemplo en todos aquellos lugares donde se persigue el ideal de un mundo más justo, donde se lucha por reivindicar la libertad humana y donde siguen existiendo hombres y mujeres que son explotados y denigrados. En fin, sigue siendo un sí­mbolo para los pueblos que buscan la emancipación, la libertad y la dignidad.

Como un fiel aventurero, en el buen sentido de la palabra, el Che no pudo ajustarse a un cargo burocrático como el que le fue encomendado luego del triunfo de la Revolución. El haber aceptado dicho cargo, cuando era un hombre de acción y no de estar sentado en un escritorio, fue un error de su parte que provocó serios problemas a la economí­a cubana, sobre todo en ese perí­odo de transición en el que Cuba pasaba de una dictadura retrógrada a asumir su propio destino como un pueblo digno. Ese ha sido un error que muchos de sus enemigos se han encargado de exagerar para denigrar su figura, pero fue un error del cual él sacó provecho.

Sin embargo, es meritorio de su parte el hecho de haber dedicado muchas horas al estudio de la economí­a, de la que sabí­a poco pero que terminó sabiendo mucho. Es muy conocido que pasaba interminables horas en su despacho del Ministerio y que en ese tiempo infinito, no sólo aprendió economí­a y otras cosas importantes, sino que leyó la filosofí­a de Marx, la que le ayudó a comprender muchas circunstancias de la historia de los pueblos del mundo y, sobre todo, a entender la nuestra, la de Latinoamérica y su trágico destino.

De ahí­ surgió su odio visceral a todo signo de imperialismo, en especial al norteamericano, pero también al soviético, del que desconfiaba profundamente. Esta misma desconfianza fue la que le mantuvo atento a las posibles consecuencias negativas que, futuras alianzas con los soviéticos, podí­an traerle a Cuba. En determinados momentos aceptó ser socio de los soviéticos, más por alejarse de los gringos, que por pensar que los rusos eran mejores. Esta misma desconfianza a ambas potencias enfrentadas en el marco de la Guerra Frí­a, fue lo que lo vinculó a otros pueblos con los que se sentí­a más afí­n, pues encontraba entre ellos y nuestra Latinoamérica más coincidencias que diferencias.

Estas coincidencias, tanto como su sentido de aventura, le llevaron a emprender muchas misiones en el mundo con las que, como un San Martí­n o un Bolí­var contemporáneo, pretendió llevar la libertad a los pueblos sojuzgados de la tierra. Fue solidario con ellos y con sus luchas reivindicativas, y fue solidario con todo aquel que, en algún lugar del planeta, era ví­ctima de la explotación y la esclavitud.

Como ser humano cometió muchos errores, eso es innegable, pero dejó como ejemplo para todos los que aún creemos en la dignidad humana, una impronta de justicia que difí­cilmente se borra con el paso de los años.

Cuando aún no era el Che, pasó por Guatemala, y fue testigo privilegiado de la intervención norteamericana que desembocó en el derrocamiento del gobierno legí­timo y popularmente electo de Jacobo Arbenz. Este hecho despertó su conciencia social y su sentido de hermandad.

En sus dos ya famosos viajes por Latinoamérica conoció de cerca la miseria y el hambre de miles de seres humanos que, habitando en un continente infinito de riquezas, se morí­an de hambre, pues una minorí­a se quedaba y gozaba del fruto del trabajo de todos. Estos viajes al interior de un pueblo esquilmado por el imperialismo, le llevaron también a un recorrido interno que le permitió descubrir su sentido existencial y la causa por la que habrí­a de vivir y morir.

Algo que no debemos olvidar, es la concepción guevariana del «Hombre Nuevo». Este Hombre Nuevo, debí­a ser producto de la revolución que todos los pueblos dignos del mundo debí­an emprender. La revolución era necesaria pues era la única ví­a de transformación de las condiciones de explotación y deshumanización que un sistema en sí­ mismo perverso habí­a provocado. Dicha revolución traerí­a pues, un mundo mejor, una sociedad más equitativa. Pero una sociedad está conformada por seres humanos de carne y hueso y eran estos hombres y mujeres quienes debí­an realizar y preservar los ideales socialistas. De ahí­ su insistencia en la configuración de un nuevo hombre que se guiase por valores morales nuevos que contribuyeran a su configuración. Este era el Hombre Nuevo de Guevara, el que sigue ideales y no bienes económicos.

Todo esto suena hoy dí­a, en un mundo mercantilizado y alienado, como una utopí­a imposible. Sin embargo, sigue siendo, la utopí­a, la única posibilidad de salvarnos del desastre al que nos ha condenado un sistema económico nefasto. Recordar estos ideales y luchar por que se realicen deberí­a ser el mejor homenaje a la memoria de un gran hombre como el Che.

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