Juan B. Juárez
Por estos días Mauro López (Guatemala, 1968) celebra sus 20 años como pintor, un logro significativo para un artista que ha buscado con esfuerzo y determinación arraigar su trabajo en un medio árido para el cultivo de la sensibilidad, la imaginación y el intelecto. Recuerdo haberlo visitado en su estudio tan temprano como en 1990, y a partir de allí seguir de cerca el desarrollo de su obra y de su personalidad y la difícil consolidación de su carrera artística, cuyo inicio él lo establece en octubre de 1989, cuando se graduó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas.
La trayectoria artística de Mauro López, reflejo de una personalidad volcada hacia los demás, ha sido generosa en sus intenciones comunicativas, caudalosa en realizaciones significativas y coherente y consecuente en lo temático y lo formal. Sin embargo, no obstante su caudal y al carácter extrovertido de su trabajo, su obra, originada en certeras intuiciones, ha evolucionado de acuerdo a cierta lógica interna que, más que a los cambios y a la grandilocuencia, la orientan a la depuración y a la simpleza y también a cierta eficacia en la conceptualización y comunicación de sus contenidos.
Por ejemplo, los grandes espacios abiertos, el color diáfano y transparente y la estilización esquemática de los elementos formales estaban presentes en sus primeros trabajos, muy atados en ese tiempo al tema del desarraigo de los campesinos como consecuencia de la guerra interna. Posteriormente, un simple cambio en la coloración transformó ese páramo desolado y hostil en un paisaje amable y esperanzador, lugar del reencuentro y la solidaridad. Ese decir, el cambio de color introdujo en el mismo escenario formal un cambio de significado.
Algo similar se puede observar en la estilización formal: un cambio en la dirección de las líneas y la figura deja de soportar y pasa a ofrecer. A lo que quiero llegar con estos ejemplos es que los elementos que propiamente componen sus cuadros -el espacio, el color, la forma?, más que cumplir una función representativa y descriptiva, cumplen una función significativa: más que figuras reconocibles ?personajes, árboles, frutas, cielos y horizontes? son signos. Así, en sus dilatados paisajes vaciados de naturaleza los elementos formales ?árboles, frutas, personajes?, cromáticos y espaciales tienen la levedad y la esquemática simplicidad del signo y en su juguetona relación entre ellos traman una especie de seducción articulada en un texto poético al que el espectador se entrega en fácil y placentera lectura, y al leerlo se sitúa y se reconoce en ese escenario simbólico y familiar.
Entender al arte como lenguaje y a su propio trabajo artístico no como creación de formas ingeniosas y complejas sino un esfuerzo de comunicación es sin duda el mayor logro de Mauro López. Y es que el éxito de un verdadero artista no se mide por los premios que recibe, la atención que le presten los medios, el volumen de sus ventas o el precio que alcanzan sus obras sino por la hondura y honestidad de la comunicación que propician. Y en ese sentido, los veinte años del pintor Mauro López, que esperamos sean apenas los primeros veinte, han sido fructíferos y enriquecedores.