Pienso que para abordar este tema hemos de comenzar con lo que significa a cualquier persona cursar con una enfermedad crónica. Tal cual es una enfermedad cardiaca, hepática, renal, una enfermedad reumatoide, la depresión, los desórdenes de ansiedad y otras.
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Estar enfermo significa tener limitaciones en nuestra vida personal, familiar, laboral y social. Es un tipo de duelo, nos enfrentamos a las diversas etapas del mismo desde la negación y si somos afortunados y mantenemos positivismo llegamos a la aceptación de la enfermedad.
Existen diferencias genéricas en tanto a la posibilidad de tener un trato de atención médica distinta para un hombre que para una mujer. Cuando el primero consulta por un dolor de pecho; el personal de salud trata de afinar su diagnóstico realizando pruebas de sangre, electrocardiograma y piensa en descartar toda posibilidad de enfermedad física u orgánica.
Sin embargo no ocurre lo mismo si es una mujer, no se considera que ella pueda tener un ataque cardíaco, lo más seguro piensan muchos, es que se trata de un momento de enojo o de nerviosismo. Por lo que entonces; un dolor de cabeza, un dolor de pecho, la referencia de palpitaciones carece de seriedad.
En las emergencias de nuestros hospitales donde acuden muchas mujeres (también llamada «jaula de las locas», de manera despectiva) se observaba, con frecuencia el descargo de la consultante con «Asa (aspirina) y a su casa».
En lo particular me molesta que una mujer no cuente con una atención médica seria, oportuna y respetuosa. Pero me es más difícil aceptar que este maltrato ocurra ocasionado por otra mujer que abusa de su posición de poder ante la vulnerabilidad de una enferma.
Hace escasos días una persona me comentaba que asistió a un servicio de salud y la doctora que le estaba prodigando atención le dice lo siguiente: «Señora, usted no está enferma, las otras personas si necesitan medicina, pero usted no. Usted lo que necesita es un hombre». Este tipo de eventos se vuelven frecuentes y las personas no los denuncian.
También es cierto que el proceso de salud-enfermedad de las mujeres es casi siempre visto desde la perspectiva gineco-obstétrica. Como que si no pudiéramos tener otras dolencias o enfermedades que no se encuentren ligadas a nuestro sistema reproductor. Por lo tanto nuestros padecimientos no son vistos de manera integral y en varias oportunidades surge el irrespeto.
A la persona crónicamente enferma le es difícil esclarecer la diferencia de estar enferma y ser enferma. Esto discapacita a la persona de disfrutar de muchas cosas y debilita a las personas que la apoyan. Ya que se emprenden grandes conversaciones a manera de monólogo, sobre sus dolores, sus achaques, sus quejas, sus medicinas, sus temores, sus sufrimientos, sus alternativas.
Quienes les rodean llegan a cansarse de oír y oír lo mismo, es como que se hubiese perdido a la persona con quien compartíamos, hablábamos, sonreíamos y el nuevo centro de su vida es la enfermedad.
Una persona crónicamente enferma en muchas oportunidades necesita ayuda, es habitual que si tiene pareja, ésta se asedie y termine abandonándola, es cierto que también existen excepciones.
Siendo la mujer la persona crónicamente enferma y teniendo ella como atributo de su condición de género el ser cuidadora primaria, de su familia y de los demás; esto resulta ser altamente frustrante para ella. Además de que el acompañamiento y la consideración necesaria para ella ante su enfermedad, en la mayoría de ocasiones no surgen o se retrasan.
La situación de la mujer en nuestra cultura patriarcal le obliga a cumplir varios roles; ser madre, esposa, trabajadora, proveedora de ingresos a su familia, ser trabajadora o profesional. Y en cada rol cada mujer desea la perfección, otro motivo para sentirse molesta e incómoda por estar enferma y enfrentar las dificultades que ello implica en su desenvolvimiento como fémina.
Las mujeres a veces no nos damos tiempo incluso para enfermarnos, la obligación es primero y la autoestima de la mujer es tipificada como baja de manera endémica. Por lo que reacciona lentamente y no propicia sus autocuidados de manera continua y sistemática.
La violencia contra la mujer en numerosas ocasiones aumenta, o paradójicamente disminuye en situaciones de enfermedad crónica. Y es más frecuente que las mujeres que no trabajan fuera de sus casas enfermen sobre todo de su salud emocional y mental.
La violencia es un caldo de cultivo para el desarrollo de enfermedades en las mujeres, la depresión, los desórdenes de ansiedad, las adicciones, las conductas autolesivas y las enfermedades psicosomáticas.
Es un hecho que todas las enfermedades obedecen a un origen, biológico, psicológico, social y espiritual y por ende que las mujeres tengamos mayor prevalencia de enfermedades obedece a causales inmersos en nuestra situación y condición como mujeres.
Así como, a que ser mujer en nuestras sociedades es un mayor riesgo de salud y a nuestra vida, nuestra integridad física y psicológica peligran debido a la violencia que es ejercida contra nosotras, por el simple hecho de ser mujeres.