Quién lanza la primera piedra contra la impunidad


Sí­, debo confesarlo, para regocijo de mis detractores: desde hace algunas semanas he estado conduciendo sin una de las luces delanteras de mi carro. En mi defensa, puedo asegurar que casi nunca conduzco en horas de oscuridad (pese a que, de vez en cuando, he debido hacerlo, pero siempre por extrema necesidad).

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Al principio me daba vergí¼enza, incluso pena, porque obviamente esto viola el Reglamento de Tránsito, que, pese a ser un poco injusto -por eso de las motos que sólo puede llevar a un tripulante-, es la norma en el paí­s, le pese a quien le pese.

Pero después me fui acostumbrando, al ver que pasaba a la par de autoridades, como las de Emetra, y que no me imponí­an la multa correspondiente. Y me sentí­ mucho mejor al observar a radiopatrullas de la PNC que, al igual que mi carro, iban sin una luz, e incluso con la otra más bien opaca.

Después de varios dí­as, me fui acomodando y hasta comprendí­ que mi «pena» o mi vergí¼enza no era tan grande, comparada con quien se atraviesa en rojo el semáforo, quien conduce a alta velocidad, o de quien conduce una moto con tres pasajeros, incluso niños pequeños, y sin casco… Digo que esto es una pena más grande, porque atenta más directamente contra la propia vida, pero ello no parece importar.

Me di cuenta de que es cómodo vivir en esta suerte de impunidad vial, que permite a pilotos sobrecargar sus camionetas, con tal de ganar más dinero, entre otras barbaridades.

¿Pero, cómo es que es posible esto? Pues, comprendí­ que eso sólo puede persistir en un sistema, asimismo, impune, y no sólo sobre el asfalto, sino en todos los ámbitos. Quiero decir, que es cómodo vivir en una sociedad impune, que te permite llegar tarde al trabajo y dormirte a tus horas laborales; sacar chivo en los exámenes; pagar profesores para ganar un curso; pedirle favor a un cuate que trabaje en el Renap o en los Antecedentes Penales, para que te eviten hacer la cola; colarte, por cierto, en cualquier fila de ingreso; y un largo etcétera de comodidades que permite la impunidad cotidiana.

Yo no estoy muy de acuerdo con la frase de que «cada pueblo tiene el gobierno que se merece», porque yo no creo merecerme a los gobernantes actuales o anteriores. Sin embargo, creo que en conjunto, como paí­s, sí­ hemos permitido que la impunidad cotidiana -esa que nos evita pagar por nuestras irresponsabilidades- llegue hasta las esferas gubernamentales. Y si tenemos lo que nos merecemos, quizá no sea sólo para el Organismo Ejecutivo, sino que también tenemos el Congreso y la CSJ que nos merecemos.

Un buen paso se concretó al fiscalizar y lograr una mejor CSJ para esta ocasión (porque les daremos el beneficio de la duda), y quizá sea una Corte que nos merecemos más. Hace cinco años, que tal vez la impunidad estaba más enraizada, nos merecí­amos unos magistrados ineficientes, como los que acaban de salir.

Esta fiscalización que se hizo es un logro parcial, y nos demostró que si se quiere, se puede tener un mejor paí­s, por lo que ahora el reto es continuar con la fiscalización en otras esferas, y no sólo elecciones de la CSJ.

Pero, eso sí­, también revisemos nuestras esferas personales, las cotidianas, para ir discerniendo que para nosotros también es cómoda la impunidad, aunque ésta no llegue a alto niveles, casi obscenos, como el de desviar 82 millones de quetzales del Congreso, dinero que, dicho sea de paso, podrí­a haber servido para paliar la hambruna en el Corredor Seco.

Que tire la primera piedra el que esté libre de corrupción. Así­ que, a limpiar nuestras actitudes que están fuera de la Ley, y empecemos a tirar la primera, segunda y hasta la enésima piedra contra nuestras autoridades estatales. (http://diarioparanoico.blogspot.com/)