«La gente dice que Juba es la ciudad más cara del mundo», afirma Greta, una keniata atraída por la capital del sur de Sudán, nuevo El Dorado en el corazón del continente africano, un lugar donde todo está por hacerse tras dos décadas de guerra.
«Cuando llegué aquí en 2007, no había nada. Encontrar una manzana era una pesadilla. Pero ahora es fácil», continúa la joven con un piercing arriba de la boca, sentada en un hotel al borde del Nilo Blanco.
«Es una especie de El Dorado. Gano el doble de lo que ganaría en Kenia», subraya esta responsable de marketing en un hotel local.
Ubicada a 20 kilómetros de la frontera con Uganda, Juba fue controlada por el ejército del norte de Sudán durante una importante parte de la guerra civil Norte-Sur que dejó dos millones de muertos entre 1983 y 2005.
Cuatro años después del final de la guerra, una nueva ciudad comienza a ver el sol.
Una ruta pavimentada separa ahora las calles de tierra y construcciones de cemento comienzan a reemplazar las chozas de paja. Mercaderías importadas de Kenia, Uganda y China inundan los mercados.
Cientos de «boda-boda» –motos-taxis– surcan las calles de la ciudad entre los vehículos 4×4 importados de Uganda y provistos de volante a la derecha, como en Gran Bretaña.
Pero a pesar de este repunte económico, miles de personas siguen viviendo en la pobreza absoluta, sin agua potable ni electricidad en la capital del sur de Sudán, vasta región con importantes recursos petroleros que han otorgado al gobierno semi-autónomo unos 8.000 millones de dólares desde el final de la guerra.
En esta especie de Lejano Oeste, etíopes, ugandeses, keniatas y sudaneses que regresaron del exilio trabajan en el sector del comercio, la restauración y las organizaciones internacionales, frecuentando a occidentales y asiáticos.
El personal de la ONU, las ONGs y las organizaciones internacionales que llegó a Juba tras la guerra ha ejercido una presión al alza sobre las pocas propiedades decentes disponibles para alquilar.
En Juba, el alquiler de un apartamento decente cuesta varios miles de dólares mensuales. Una noche en uno de los hoteles fortificados llega a los 100 dólares.
Al caer la noche, el mercado de Konyo-Konyo se transforma en tierra de nadie y la ONU desaconseja a sus empleados visitar el lugar.
En los bares, guardias verifican si los clientes están armados, el alcohol fluye a raudales y jovenes mujeres con vestidos ajustados se contonean con música hip-hop de fondo.
Esta ciudad permisiva de clima tenso e infraestructuras precarias podría convertirse en la capital de un nuevo país, según el resultado de un referéndum previsto en 2011 sobre la independencia del sur de Sudán.